NOVELAS

Por Pedro Fernández Cuesta





EL OESTE SIN LA LEY

CAPÍTULO UNO: EL CAMORRISTA.
Había llegado al pueblo (el forastero) con ganas de camorra.
Era un pueblo silencioso, de pequeñas casas de madera, tras las cuales podían verse las montañas.
nada más entrar en el saloon, y sin mediar palabra, desenfundó el forastero sus dos revólveres (Cooper “Pocket Navy”, calibre 36) y ¡BANG! ¡BANG! disparó contra unos vasos, rompiendo uno de ellos.
Entonces un hombre, que se hallaba en el saloon, se dirigió hacia el camorrista y, también sin mediar palabra, le agarró por las solapas: lanzándole acto seguido contra las puertas.
El forastero atravesó las puertas (¡Por todos los...!) y se vio tumbado en la polvorienta calle.
El que había atacado al forastero camorrista era un hombre del sheriff:
—Deme un dólar por romper el vaso, soy un hombre del sheriff— dijo, apuntando al forastero con su revólver (Su viejo Colt “Pocket” calibre 31).
El forastero, que ya estaba en pie, sacó un dólar de uno de sus bolsillos. Pero los curiosos que, a distancia, sin dejarse ver (en realidad el pueblo parecía, a simple vista, abandonado), los curiosos que, digo, presenciaban la escena, pensaron que el forastero (y pensaron bien) no iba a darse por vencido tan fácilmente.
Y, en efecto:
—Pero no se lo daré tan pronto— dijo.
Y, con gran rapidez, propinó al hombre del sheriff una patada: —¡Ag!
No se amilanó el hombre del sheriff, contestando con un ¡PLAF! puñetazo que hizo que el forastero (¡Ag!) se tambaleara: —Por todos los...!
—¡Ahora verás, maldito!— dijo el camorrista, mientras se ajustaba el sombrero (tras él: las pequeñas casas de madera y, en la parte superior de una de ellas, un cartel: WELLS FARGO).
—¡Ag!: Un bien dirigido puñetazo (el forastero era bueno con los puños) hizo que el hombre del sheriff perdiera el equilibrio.
Y, apenas se había repuesto (el defensor de la ley) del castigo de su adversario cuando: —¡Aaag!
El hombre del sheriff cayó al suelo sin sentido, entre el polvo, bajo el sol del oeste: había recibido, por la espalda, un golpe: un barbudo y bigotudo individuo, amigo del forastero, fue el traidor.
—¡Ja, ja, ja, ja, ja!— rieron los dos malhechores, mirándose fijamente a los ojos.
Entonces el forastero (un buen bigote, y barba de unos cuantos días) dijo: ¡Vamos, a caballo!


NOTA:
En el viejo manuscrito miniado se lee: le coge por los escotes y...
Pero el autor quiso decir (lo sé a ciencia cierta) solapas.


CAPÍTULO DOS: LA PERSECUCIÓN.
Poco después: —¡Eeeh!, han huido, les perseguiré.
Esto fue lo que dijo el hombre del sheriff, cuando recuperó el sentido. La calle continuaba desierta: si había habitantes en aquel pueblo (y los había) no tenían ningún deseo de dejarse ver.
Y...
Sobre su caballo al galope, a través de las hierbas altas y hacia las montañas, el hombre del sheriff (el protagonista de esta novela) cabalgaba: Tras los bandidos.
Y en las montañas: Un bandido con un rifle, apuntando tras las rocas.
Y por otra parte: El hombre del sheriff aproximándose, sobre su caballo.
Y... ¡Ahora verás!: El bandido del rifle tenía a tiro al hombre del sheriff, y mientras apuntaba dijo: —Te mataré.
Pero un sexto sentido, o lo que sea, hizo que ¡eeeeh! el hombre del sheriff adivinase, a su espalda, el peligro.
Y disparase, rápido como un rayo, su revólver (Su viejo Colt “Pocket” calibre 31) alcanzando al traidor (este traidor tenía barba, pero no parecía el traidor del pueblo, su barba era distinta).
Y...
—¡Te lanzaré este palo!— dijo otro barbudo (que también se encontraba, como el anterior, escondido entre las rocas).
El palo alcanzó al hombre del sheriff, golpeándole con tal fuerza que cayó del caballo.
Pero... ¡BANG! el hombre del sheriff disparó desde el suelo: ¡ag! (el barbudo, ¿el del pueblo? no creo: su barba era distinta, había quedado fuera de combate).
¡BANG!: Esta vez disparó uno que parecía tener bigote (¿el forastero? Tal vez no).
El disparo pasó rozando al hombre del sheriff, que dijo: —¡eeeh!
Luego disparó hacia arriba y: —¡ag!
Los tres bandidos, creo yo, habían muerto.
ALUMNO: HOMBRE DEL SHERIFF.
CALIFICACIONES:
Pelea en el pueblo: 8,7
Valentía: 10
Persecución: 10
Cultura general: 6
Conducta: B


HABÍA UNA VEZ
un niño que prefería (en el recreo) pasear solo: los juegos de sus compañeros no tenían, para él, ningún interés (el juego que menos le interesaba era el fútbol).
Daba vueltas al patio en silencio, pensando, inventando historias.
Su primera obra se tituló NOVELAS: El oeste sin la ley, La ley del oeste y Defensores de la ley.
Algunos pensaban que este niño era un vago, y se equivocaban: Simplemente anteponía los deberes vocacionales (NOVELAS) a los escolares.
El colegio, el instituto, la universidad y otras muchas cosas deberían haber acabado (es lo normal) con aquel niño.
Pero...


CAPÍTULO TRES: EL ASALTO.
Y en otra parte a medio lago un hombre se dirige a las tierras indias.
Sí: En otra parte, a mitad de un lago, un hombre (¿el forastero? yo creo que sí) se dirigía a las tierras indias.
El lago era poco profundo, por lo que el hombre pudo cruzarlo a caballo.
Cerca de la orilla se encontraban los tipis, las primitivas viviendas de los indios, cuyas características formas cónicas venían dadas por estacas de madera que, visibles en su parte superior como un penacho, eran cubiertas por pieles de animales, luego decoradas (con primitiva sencillez, en este caso).
Dos pieles rojas salieron al encuentro del rostropálido: uno, con un gran penacho de plumas, alzó los brazos (en su mano izquierda llevaba una gran lanza). El otro, que amenazaba con su rifle, sólo tenía dos plumas.
—Qué querer rostro pálido— preguntó, sin entonación, el del penacho y la lanza, cuyo rostro estaba, como los tipis, primitivamente decorado.
—Querer hablar con gran hechicero.
—Estar en esta tienda— contestó el indio, señalando con el dedo.
Y se mete.
—Qué querer— preguntó el gran hechicero (el hombre-medicina u hombre de medicina) al rostropálido que, quitándose el sombrero, acababa de entrar en la tienda.
—Una diligencia salir del pueblo, ¿querer atrapar?, lleva oro— explicó el hombre blanco (que, ahora creo estar seguro, era el forastero del principio, el camorrista).
—Sí, querer— dijo el gran hechicero.
Los hombres-medicina (dicen los especialistas) llegaban a tener, a veces, tanto poder como los jefes. Parece que este hombre medicina (el gran hechicero) ejercía (caso raro, supongo) el cargo de jefe.
—Sí, querer— dijo el gran hechicero.
Y, poco después, el hechicero y sus bravos atacaban, con el bandido, la diligencia: ¡BANG! ¡BANG!
¡BANG! ¡BANG! ¡BANG!
En la parte superior de la diligencia, parapetado tras un baúl, el acompañante del conductor, el joven vigilante, disparaba su rifle: contra los atacantes, contra los terribles salvajes que, con su clamor de guerra (de conquista), con sus gritos de destrucción como ladridos, cada vez más peligrosamente (con sus caballos enloquecidos al galope) se acercaban disparando (¡BANG! ¡BANG! ¡BANG!) a la diligencia, cuyos caballos (atormentados por el látigo, por los gritos desesperados del conductor) arrastraban, haciendo un esfuerzo sobrenatural (cubiertos de polvo y sudor) el vehículo.
No tardó el acompañante en resultar herido (en un hombro).
Entonces el bandido que, al galope de su caballo, acompañaba a los indios, dijo: —¡Ahora disparo yo!
Y, con un certero disparo, alcanzó ¡BANG! al veterano conductor (barba blanca, rostro curtido por el viento del oeste).
Instantes después, otro disparo ponía ¡BANG! fuera de combate al único pasajero que, desde el interior de la diligencia, trataba, con su revólver, de defenderse de los indios. El disparo había penetrado ¡BANG! en el interior de la diligencia mientras ésta (veloz: ruedas girando desesperada, vertiginosamente) atravesaba unas hierbas altas.


LE GUSTABAN (AL NIÑO)
los telefilmes del oeste como “Bonanza” (los héroes de “La Ponderosa”) o “El virginiano”.
También le gustaban (al niño) las películas del oeste como “La diligencia” o “La caravana de Oregón”.
(A finales de los 60 la televisión se había apoderado, hacía ya tiempo, de todos los hogares).
Y, cómo no, al niño le gustaban los tebeos del oeste (“El sheriff King”, por ejemplo).
Y, mientras los indios (acompañados del bandido) asaltaban la diligencia, por esas fechas (año más o menos) pero en otro espacio y otro tiempo (que era, a la vez, el mismo espacio y el mismo tiempo):
El “boom” juvenil, la moda, el “Seat 1.500” (precio 185.000 pts), la contaminación, la violencia y la sangre (aquí y allí), las canciones (La, la, la) del Festival de Eurovisión, los ruidos, el hombre (Armstrong, Aldrin y Collins) en la luna, ...
Poco o nada sabía el niño de todo esto.
Y el joven vigilante (el acompañante del rifle, herido en el hombro por los indios): ¡Qué lejos del “boom” juvenil!
Qué lejos la diligencia del “Seat 1.500 (precio 185.000 pts).
Qué lejos los inmensos, infinitos paisajes del Oeste, de la contaminación.
En cambio...
La violencia y la sangre sí estaban allí: ¡Ag!
Pero el niño no entendía, de verdad, lo que era la violencia y la sangre.
El niño no sabía casi nada, pero algo intuía.
Entonces...
La infancia ¿qué es?, ¿cuándo se celebra su fiesta?:
Cada minuto, cada hora, cada día los niños (cuando les dejan) la celebran, cada uno a su manera porque (el niño lo sabía) no todos los niños son iguales.


CAPÍTULO CUATRO: LLEGA AYUDA.
Ya sin conductor, la diligencia, con las bestias desbocadas, aterradas, continuaba su demente carrera, seguida muy de cerca por los asaltantes: cantos como alaridos: gritos desgarrados de exterminio ¡Victoria! y las armas disparando al aire (disonantes) para intensificar, con su fuego y su humo, aquel enloquecido y ardiente himno: al galope estruendoso de los caballos.
—¡Coge el oro, Pato-Colorado!— dijo alguien (tal vez el gran hechicero).
—¡Sí!— dijo Pato-Colorado mientras saltaba (estruendoso galope) de su caballo a la diligencia: bestias desbocadas, aterradas, continuando su demente carrera (y las ruedas ¡veloces! girando desesperada, vertiginosamente).
Una vez que hubo detenido la diligencia, Pato-Colorado amenazó al joven vigilante herido, preguntando sin entonación: —Dónde estar el oro.
—En este baúl— respondió el joven.
—¡Está bien!— dijo Pato-Colorado— mientras propinaba un fuerte puñetazo al joven que, desde la parte superior de la diligencia, fue a caer al suelo.
Y desde la parte superior de la diligencia, con las dos manos ocupadas: en la derecha el baúl del oro y un rifle en la izquierda, Pato-Colorado, de un atlético salto, montó sobre su caballo.
Pero: ¡BANG! ¡Ag! ¡BANG! ¡Ag!
Pato-Colorado había abandonado, repentinamente, su montura, y con él otro indio. También el cofre cayó a tierra, perdiéndose en una niebla de polvo.
Eran el sheriff del pueblo (un hombre de bigote blanco) y sus ayudantes (uno de los cuales, de bigotes largos y finos, era el “hombre del sheriff” del principio).
—¡A ellos!— dijo el sheriff, mientras el sol del Oeste (que incendiaba, con su fuego implacable, la tierra roja, las rocas o las hierbas) hacía resplandecer, en su pecho, una estrella que (símbolo de la ley y el orden) parecía tener luz propia.
Pero... ¡BANG! (el autor del disparo fue el bandido)
—¡Ag!
—Han herido a uno— dijo el sheriff.
—Le hirió el bandido— dijo (bigotes largos y finos) el hombre del sheriff.
Pero... ¡BANG! (el autor del disparo fue, ahora, el hombre del sheriff).
—¡Ag!: el bandido fue herido en un brazo, pero ya todos los indios, con el gran hechicero al mando, se lanzaban (y eran muchos) contra el sheriff y sus hombres (que eran pocos: tal vez tres).
Uno de ellos (el hombre del sheriff, el de los bigotes finos y largos) disparaba, tras una roca, sus dos revólveres (en su mano derecha: su viejo Colt “Pocket” calibre 31): disparos certeros que derribaron, con su poder de destrucción, a dos salvajes combatientes.
Pero los indios eran demasiados, y el hombre del sheriff lo reconoció exclamando: ¡eee, son muchos!
Pero (los sables y la bandera de los Estados Unidos al viento: viento caliente del Oeste) alguien gritó: —¡Adelante!
—¡La caballería!— exclamó (rostro como máscara: pinturas de guerra como tatuajes, como terribles cicatrices) el gran hechicero.
Y se produjo (entre indios y soldados) el estruendoso encontronazo: laberinto de gritos, fuego y metal (batalla sangrienta y disonante), hombres (desnudos y pintados o vestidos de azul) alucinados por el odio o el terror: entre una nube espesa de polvo y fuego.
—¡A ellos!— gritó el gran hechicero.
y... ¡PLAFF: Lucha sin piedad de espaldas afiladas, de rifles y hombres como bestias (¡AUG!) Lucha del hombre del sheriff (el de los bigotes finos y largos) contra los indios: Derribar y golpear para, acto seguido, volver a derribar y golpear: ¡Y van (en cuestión de segundos) cuatro!
Y entonces gritó el gran hechicero: ¡Huyamos!
El oficial al mando de la caballería, en señal de victoria (en primer plano) alzó el sable mientras, más allá, el hombre del sheriff, de espaldas, contemplaba la retirada de los indios (Encima de él había una rama).


Le gustaban, al niño, las películas de John Wayne.
Arriba, a la izquierda: John con su madre Mary.
A la derecha: Una imagen tradicional del actor.
Abajo: Wayne vencía en todas las peleas.
MAÑANA, LUNES
en la SALA “WASHINGTON”:
El más célebre cow-boy: John Wayne.
El sheriff más turbulento: Robert Mitchum.
El western más agresivo: EL DORADO.
Director: Howard Hawks.
TECHNICOLOR.
(Otra de las facetas del actor: las películas bélicas).
¿Quién no recuerda “LA DILIGENCIA” de John Ford?
UN AUTÉNTICO “WESTERN” AMERICANO.
John Wayne
Rock Hudson en
LOS INDESTRUCTIBLES.
Artista invitado: Tony Aguilar.
PARA TODOS LOS PÚBLICOS.
(Vale la pena verla).


CAPÍTULO CINCO: LA CAPTURA.
Después de recoger a los heridos de la diligencia...
El hombre del sheriff, de un salto, subió a la rama.
Después caminó, con un revólver desenfundado (su viejo Colt “Pocket” calibre 31) sobre aquella larga rama: Je.
Largamente, de forma casi irreal, se ondulaba aquella rama inacabable.
Y el bandido: Je.
—Je— dijo el bandido, sin sospechar que, sobre él, sobre la rama, se encontraba el hombre del sheriff que, rápidamente, saltó sobre él.
Y así el bandido, el que planeó el robo de la diligencia, recibió una patada en la cara: —Ag. Luego, tras la ágil patada, el hombre del sheriff propinó al bandido un puñetazo: ¡Eeee! Y acto seguido, para terminar, otro puñetazo más: ¡Aaay!
El bandido quedó sin sentido, en el suelo, y el hombre del sheriff dijo: —Je, je, me lo llevaré.
Y se puso, con el bandido al hombro, en marcha.


El niño había recibido, en el colegio, algunos consejos:
Ama a Dios. Cumple fielmente su ley. Cuida tu vida de piedad.
Defiende la verdad aunque te cueste sacrificio.
Preséntate aseado.
La amistad o aprovecha mucho o daña mucho.
Amigos y libros, pocos y buenos.
Todo por amor y nada por la fuerza.
Acostúmbrate a respetar a los árboles.
No dejes nunca un deber
sin cumplir.


CAPÍTULO SEIS: EL ATAQUE AL FUERTE.
Unos minutos después, en el FORT TOD...
¡Abra las puertas, centinela!
Perdido en el desierto: FORT TOD. Con su bandera empalidecida por el sol, pero resplandeciente aún para ser venerada, dichosa flotando en el espacio caliente.
Y los centinelas de pupilas atentas: a un horizonte infinito, como un abismo. Y la empalizada, construida con enormes troncos de árbol.
Y, en la lejanía, el jinete que se acerca.
Y el centinela, azulísimo, que grita:
—¡Abra las puertas, centinela!
(Es decir, el centinela le gritó esto, se ve, a otro centinela).
Y un jinete entra, al galope, en FORT TOD.
El jinete es, bigotes finos y largos, el hombre del sheriff.
Entra por la puerta y los soldados le rodean.
—Vengo a hablar con el mayor— dice.
Y: ¡TAC! ¡TAC!
—ADELANTE.
Poco después: —Pues ya le digo, capturé al bandido que iba con los indios y dijo que iban a...
(NOTA: En el viejo manuscrito miniado aparece, tras “iban a...” una palabra ilegible, pero se deduce, por el contexto, que lo que quiso decir fue que sabía, por el bandido, que los indios atacarían FORD TOD).
Poco después: —Miraré por los anteojos— dijo el sargento.
Y ve por los anteojos:
Los atacantes: los terribles salvajes que, peligrosamente (con sus caballos enloquecidos al galope) se acercaban al fuerte.
—Iiiiiiii.
Y pronto: Voces iracundas como gritos de destrucción, como ladridos, como cánticos violentos, como ansia de sangre, como estallido de fiesta guerrera.
Y el polvo y los disparos.
¡Eee! ¡Atacan al fuerte!
¡BANG! ¡BANG! ¡BANG!: Los terribles salvajes ya daban vueltas alrededor de FORD-TOD: ¡ADELANTE!
Y... —¡Ag!— gritó un hombre joven.
—Han herido al sargento— dijo el mayor.
Mientras continuaban pasando, entre el polvo y la humareda, los indios y los disparos: ¡BANG! ¡BANG! ¡BANG!
Pero...
Los bravos indios iban perdiendo por las fuerzas de FORD-TOD.
Y el mayor: —¡Carguen los cañones y disparen!
¡¡BORROBOM!!
Ag
Ag
Ag
—¡Me rindo!— dijo el jefe indio que, por cierto, ya no era el gran hechicero.


Salamanca 23 Octubre 1969.
Todo por amor y nada por la fuerza.


Y SIETE.
Poco después...
—Adiós mayor— dijo el hombre del sheriff.
Y se alejó cabalgando (sujetándose el sombrero con la mano) a gran velocidad.
Y de esta forma hicieron la ley del Oeste. FIN.









LA LEY DEL OESTE

CAPÍTULO UNO: LA CARAVANA.
En el legendario oeste una gran caravana entra en el desierto cubierto de pieles rojas.
—¡Caravana! ¡ADELANTE!
El desierto: un pálido paisaje incendiado de luz.
Cubierto de salvajes tatuados.
Y el crujir de los carros antiguos.
—¡Caravana! ¡ADELANTE!
De repente: ¡A ellos! (Son los salvajes tatuados).
—¡Hagan un redondel!— grita entonces el jefe de la caravana.
Y se entabla la batalla: Hombres disparando desde los carros, o bajo los carros, contra los atacantes, contra los terribles salvajes que, con su clamor de guerra (de conquista), con sus gritos de destrucción como ladridos, cada vez más peligrosamente (a pie o sobre sus caballos enloquecidos al galope) se acercaban disparando (¡BANG! ¡BANG! ¡BANG!) a los carros dispuestos en círculo: Iiiiiiii.
¡Ag! ¡Ag! ¡Ag!
Y un hombre blanco: ¡Ag! Pero...
en ese momento: ¡LA CABALLERÍA!: ¡A ellos! ¡FUEGO!
¡BANG! ¡BANG! ¡BANG!
Y se produjo (entre indios y soldados) el estruendoso encontronazo: laberinto de gritos, fuego y metal (batalla sangrienta y disonante), hombres (desnudos y pintados o vestidos de azul) alucinados por el odio o el terror, entre una nube espesa de polvo y humo.
¡BANG! ¡BANG! ¡BANG! ¡YAUUU!
Ahora verás: ¡BANG!
¡YAUAU!
Indios y indios bajaban de las montañas.
¡Ag! ¡Adelante! ¡TUTURUTURUTURUTURU!
De repente: ¡EEEE! ¡Ahora verás!: Un indio se lanzó sobre el capitán que, ya con el cuchillo del indio (peligrosamente) a unos milímetros de su cuello, mientras sujetaba el brazo del salvaje, dijo: —Con que quieres esto.
Y (¡TOMA!) de un certero golpe se liberó del indio: ¡Ag!
Luego dijo el capitán: —Creo que los indios pierden.
Y continuó luchando: ¡PLAF!
Poco después los soldados vencen.
—Bien, habéis vencido.
Y... —Yo soy doctor— dijo un hombre barbudo —gracias capitán. Hirieron al jefe de la caravana.
Y luego añadió: —Me las pagarán esos indios.
—Cálmese y siga su camino, señor. Nosotros nos ocuparemos de lo demás— contestó el capitán (hombre de bigotes finos).
¡AL FUERTE! TURURURURUTUTU.
Y los soldados se pusieron en marcha, hacia el fuerte. A la cabeza iba el capitán, con el sable en alto, tras él el soldado que portaba la bandera y, luego, el resto de los soldados: en perfecta formación.


HABÍA UNA VEZ
un niño que prefería (en el recreo) pasear solo: los juegos de sus compañeros no tenían, para él, ningún interés (el juego que menos le interesaba era el fútbol).
Daba vueltas al patio en silencio, pensando, inventando historias.
su primera obra se tituló NOVELAS: El oeste sin la ley, La ley del oeste y Defensores de la ley.
Algunos pensaban que este niño era un vago, y se equivocaban: Simplemente anteponía los deberes vocacionales (NOVELAS) a los escolares.
El colegio, el instituto, la universidad y otras muchas cosas deberían haber acabado (es lo normal) con aquel niño.
Pero...


CAPÍTULO DOS: ESPIONAJE.
—FORT RUSTI a la vista.
TURURURURURUU.
Poco después... ¡ABRAN LAS PUERTAS, CENTINELA!
Perdido en el desierto: FORT RUSTI. Con su bandera empalidecida por el sol, pero resplandeciente aún para ser venerada, dichosa flotando en el espacio caliente.
—Lo hizo muy bien capitán.
—Le contaré lo que pasó, mayor.
Después de contar el capitán al mayor lo ocurrido...
—Mayor, voy a espiar a esos indios— dijo un joven teniente.
—Pero ten mucho cuidado Barry— aconsejó el mayor.
¡ABRAN LAS PUERTAS, CENTINELA! Y el teniente Barry salió, al galope, hacia tierras indias.
Poco después...
—El campamento indio— pensó el teniente Barry. Y (¡BOOO!) frenó su caballo. Luego, a pie y con un revólver en la mano, dijo: —Espiaré.
Y... —Ahora verá— dijo un indio armado de arco y flecha, que le había descubierto.
—¡AY!— gritó Barry mientras rodaba montaña abajo, para ir a caer (de poca agua: allí se encontraba su caballo) sobre un riachuelo.
—Le cogeré preso— dijo el indio mientras bajaba, ahora con un rifle, hacia el lugar donde, herido, se encontraba el teniente Barry. Y luego: —Allí está.
PERO... ¡BANG! ¡Ag!
—Iré a coger al teniente Barry— dijo el mayor. Sí: Allí estaba el mayor, con su gran bigote y su revólver desenfundado y humeante.
El mayor cogió al joven teniente entre sus brazos y dijo: —Le quitaré la flecha. Y así lo hizo.
Luego cargó al teniente sobre el negro caballo de éste: —¡Arriba! Después montó el mayor sobre su caballo gris y (—Iremos al fuerte) se dirigió hacia el fuerte, con el joven herido.
Pero: ¡EEE! ¡INDIOS!— gritó el mayor.
En efecto: Una serie de indios a caballo, armados de rifles, bajaban disparando desde las montañas.
También el mayor empezó a disparar, mientras huía: contra los indios. Se encontraba en un grave aprieto, puesto que eran muchos (—Tengo que huir, son muchos) y además tenía miedo de que el teniente, herido sobre el negro caballo, pudiera caer al suelo con el galope.
Y ahí tenemos a los terribles salvajes: galopando y disparando, con su clamor de guerra, con sus gritos como ladridos, peligrosamente, tras los dos caballos: uno gris, con el mayor sobre él, y otro negro con, sobre él, el joven herido.
Por suerte (—¡Allí está el fuerte!) FORT RUSTI no estaba lejos.
Y: ¡ABRAN LAS PUERTAS, CENTINELA!
—Han herido al teniente. Me iban persiguiendo los indios huyeron.
Y... ¿Estás mejor Barry? Le pincharé esta inyección para que se reponga.


LE GUSTABAN (AL NIÑO)
los telefilmes del oeste como “Bonanza” (los héroes de “La Ponderosa”) o “El virginiano”.
También le gustaban (al niño) las películas del oeste como “La diligencia” o “La caravana de Oregón”.
(A finales de los 60 la televisión se había apoderado, hacía ya tiempo, de todos los hogares).
Y, cómo no, al niño le gustaban los tebeos del oeste (“El sheriff King”, por ejemplo).
Y mientras ocurrían (—Allí está el fuerte!) las aventuras que se acaban de narrar, por esas fechas (año más o menos) pero en otro espacio y otro tiempo (que eran, a la vez, el mismo espacio y el mismo tiempo):
El “boom” juvenil, la moda, el “Seat 1.500” (precio 185.000 pts), la contaminación, la violencia y la sangre (aquí y allí), las canciones (La, la, la) del Festival de Eurovisión, los ruidos, el hombre (Armstrong, Aldrin y Collins) en la luna, ...
Poco o nada sabía el niño de todo esto.
Y el joven teniente Barry (herido por una flecha india):
¡Qué lejos del “boom” juvenil!
Qué lejos el caballo negro del teniente o el gris caballo del mayor del “Seat 1.500” (precio 185.000 pts).
Qué lejos los inmensos, infinitos paisajes del Oeste de la contaminación.
En cambio...
la violencia y la sangre sí estaban allí: ¡Ag!
pero el niño no entendía, de verdad, lo que era la violencia y la sangre.
El niño no sabía casi nada, pero algo intuía.
Entonces...
La infancia ¿qué es?, ¿cuándo se celebra su fiesta?: Cada minuto, cada hora, cada día los niños (cuando les dejan) la celebran, cada uno a su manera porque (el niño lo sabía) no todos los niños son iguales.


CAPÍTULO TRES: EL ATAQUE.
No muy lejos de allí...
—Mandaré este mensaje— dijo un indio. Y lanzó, hacia FORT RUSTI, una flecha, que fue a clavarse en la empalizada.
—Una flecha con un papel, debe ser un mensaje indio— dijo el centinela. Y... —Desclavaré la flecha.
—“Atacaremos el fuerte dentro de poco, irá el jefe”— Y aquí pone la firma: Cuerno Roto.
Todo esto leyó el mayor de los grandes bigotes, y luego (—Lo guardaré) guardó el papel en uno de sus cajones.
—Prepárense, los indios atacarán— dijo el mayor.
Poco después, todos estaban preparados.
Y... ¡INDIOS!
Y se produjo (batalla sangrienta y disonante) el ataque al fuerte: hombres desnudos y pintados contra hombres vestidos de azul: espesa nube de polvo y humo.
Y se produjo (batalla sangrienta y disonante) el ataque al fuerte: hombres desnudos y pintados contra hombres vestidos de azul: espesa nube de polvo y humo.
—Sargento, los indios son muchos.
—Sí, mayor: pero les venceremos.
—Es verdad, les venceremos.
Entonces una flecha india atravesó (ZIUM) el sombrero del teniente Barry.
Y la pelea, mientras la bandera no dejaba de ondear, continuaba.
Los indios bajaban y bajaban de las montañas, con sus rifles, con sus flechas y con sus lanzas.
A veces caía un soldado, a veces un indio.
—Me duele un poco— dijo el teniente Barry— pero dispararé.
Dispararé: contra los atacantes: frenéticos gritos como lamentos furiosos que, mudas e insensibles, hacían temblar a las mismas montañas.
Pues un solo disparo basta (buena puntería) para desunir hombre y caballo.
—El jefe indio— pensó el mayor—, va a ver él.
¡BANG!
Y el tiro da al jefe: Ag.
—Han dado al jefe, pero sigamos— dijo entonces un indio.
Y los indios siguieron, y el ataque ya se hacía eterno.
Un indio que, tras unas rocas, lanzaba sus certeras flechas, fue alcanzado por un disparo.
Y los indios siguieron y siguieron, y el ataque ya se hacía eterno.
Entonces, de repente, un indio dio un gran salto, puñal en mano, y se lanzó contra el teniente Barry (el joven teniente que, a pesar de no haberse repuesto, aún, de su herida, había acudido al combate). Y ambos, teniente e indio, fueron a caer fuera del fuerte. Quedó el teniente tumbado boca arriba, con el indio encima de él, tratando de clavarle el puñal: —Te lo clavaré. Pero: —Sería mejor que te hubieras quedado en cama— dijo el mayor mientras con un ¡BANG! disparo acababa con el peligroso salvaje. En ese momento un indio dijo: —Nos sobran muy pocos bravos. Y el mayor: —Sube inmediatamente, Barry.
¡Ag! ¡Ag! —No creo que resistamos mucho— dijo otro indio. ¡BANG! ¡Ag! ¡ZIUMM! ¡Ag! ¡Ag! (Ya los indios caían a pares). Por fin uno dijo: —Quedamos muy pocos, ¡HUYAMOS!
Y todos salieron corriendo, alejándose de allí y, poco tiempo después, cruzaban un río poco profundo, tal vez un lago.
Y fue entonces cuando el mayor (¡A sus puestos!) pronunció su histórica frase: —La guerra ha terminado. FIN.








DEFENSORES DE LA LEY

CAPÍTULO UNO: DOS BANDIDOS.
La diligencia (tirada por dos caballos. Arriba: el conductor y el acompañante) no llevaba pasajeros.
—¡BANDIDOS!
—No llevamos pasajeros y son dos bandidos.
Los bandidos bajaban, disparando, por la montaña.
Parapetado tras un baúl, ya el acompañante del conductor, el vigilante, se disponía (—Ahora verán) a disparar sobre los atacantes.
Pero, en cuestión de segundos, conductor y acompañante habían sido heridos (¡Ag!) y los caballos (enloquecidos, al galope) estaban desbocados: —Los caballos están desbocados— dijo el acompañante, ya herido. Y entonces la diligencia (¡BOM!) se volcó: quedando destrozada: ROTA.
Mientras, en el pueblo...
—La diligencia saldrá pronto.
Esto dijo el cochero de la diligencia (de otra diligencia). Junto a él estaba el sheriff.
Poco después, la diligencia parte del pueblo.
—¡Eh, mire!— dijo, al cabo de un rato de marcha, el acompañante del conductor.+—¿Qué pasa?— preguntó, desde dentro de la diligencia, asomándose por la ventanilla, el joven sheriff.
—Hay una diligencia rota— le contestaron.
—Bien, corran a toda prisa.
—¡Jie! ¡Jie!
Poco después: ¡BOO! Aquí está.
Y: —Cogeremos a los heridos y a las ruedas para recambio y los caballos también— dijo el sheriff.
Y, poco después, la diligencia partía, tirada por seis caballos que, al movimiento del galope, parecían muchos más.
mas de pronto (¡A ellos!) otra vez los dos bandidos, disparando al aire, sobre sus caballos.
Pero esta vez estaba el sheriff que, saliendo por una de las ventanas (la diligencia en marcha) se colocó en la parte de arriba, junto con el vigilante: parapetado tras una caja o baúl.
El primer disparo del sheriff hizo blanco (¡ag!) en uno de los bandidos.
Ahora sólo quedaba uno y (¡Ahora verás!) el sheriff (—¡Eeee!) se lanzó sobre él. Tuvo lugar entonces una brutal, desesperada y furiosa pelea, donde se dijeron cosas como ¡Eeee!, ¡Ug! o ¡Uf! y, por fin, cuando venció el sheriff: —Ya está.
Poco después... ¡JIE! ¡JIE!

HABÍA UNA VEZ
un niño que prefería (en el recreo) pasear solo: los juegos de sus compañeros no tenían, para él, ningún interés (el juego que menos le interesaba era el fútbol).
Daba vueltas al patio en silencio, pensando, inventando historias.
Su primera obra se tituló NOVELAS: El oeste sin la ley, La ley del oeste y Defensores de la ley.
Algunos pensaban que este niño era un vago, y se equivocaban: Simplemente anteponía los deberes vocacionales (NOVELAS) a los escolares.
El colegio, el instituto, la universidad y otras muchas cosas deberían haber acabado (es lo normal) con aquel niño.
Pero...
CAPÍTULO DOS: EN EL SALOON.
Mientras en el pueblo...
(Era un pueblo silencioso, de pequeñas casas de madera, tras las cuales podían versa las montañas).
...un hombre entra en el saloon (un camorrista) y...
—¡Quién se atreve conmigo!
Cesó la música.
Y, al no haber respuesta: —¡Eee! Hoy no tienen ganas de pelea— volvió a provocar el camorrista, con las manos muy cerca de sus revólveres.
—¡Pues yo sí!— dijo el bandido, golpeando a un hombre: ¡PLAF! ¡Ay!
—¡Eee, por qué se mete!— dijo un hombre joven alzando un taburete y ¡CRACH! estrellándolo contra el bandido.
Y... —¿Por qué se ha metido?— preguntó, al joven, el hombre al que golpeó el bandido.
El joven, mientras fumaba su cigarro, contestó: —Porque quiero.
—¡Conque sí!— dijo el hombre (¡PLAF!) golpeando al joven.
¡Así era el oeste! El joven defiende al hombre del bandido y éste, como “agradecimiento”, le golpea.
Y en ese momento la diligencia llega al pueblo.
¡JIE! ¡JIE!
¡BOOO!
—Llevaré a los bandidos a la cárcel luego iré a tomar una copa— pensó el sheriff.
Y, mientras, en el saloon:
—Me metí porque era un bandido.
—Maldito.
—Toma.
—Ag.
El joven había caído al suelo, y el otro le dijo: —Así aprenderás. —Y ahora fuera— continuó diciendo, mientras echaba al chico fuera del saloon.
Ya en la calle, el joven se disponía a levantarse cuando alguien se le acercó: —Soy el sheriff ¿qué pasó?
—Baje del caballo, se lo diré en muy pocas palabras.
Poco después... —Muy bien— dijo el sheriff —entre en el saloon.
Apenas empezó a entrar, en el saloon, el joven cuando (—otra vez tú, te voy a...) el hombre desagradecido se abalanzó sobre él. Pero, de repente, entra el sheriff: —Usted no hará nada, mire esto— dijo el sheriff mostrando su estrella que, símbolo de la ley y el orden, parecía tener luz propia.
—¡Quién es éste?— dijo luego el sheriff, refiriéndose al bandido, que aún estaba atontado por el ¡CRACH! golpe del taburete.
—Un ladrón, le capturé yo— dijo, mintiendo, el desagradecido.
—¡MALDICIÓN!— gritó el joven— le capturé yo.
—¿Quién le capturó camarero?
—Le capturó el chico— dijo el camarero.
—Maldición— pensó el desagradecido.
En esto el bandido, que había vuelto en sí, propinó una patada aquí y un puñetazo allá (¡EEE! ¡AG!) y salió del saloon corriendo: sin que los disparos (¡BANG, BANG!) del desagradecido pudieran detenerle.
—Yo me encargaré de él— dijo el sheriff.
El bandido va a saltar al caballo pero el sheriff le persigue. Y el bandido: ¡JIE! ¡IIIIII!
El sheriff salta al caballo. Y... ¡BANG!
Se inicia la persecución. Pronto perseguido (bandido) y perseguidor (sheriff) han salido del pueblo.


LE GUSTABAN (AL NIÑO)
los telefilmes del oeste como “Bonanza” (los héroes de la Ponderosa”) o “El virginiano”.
También le gustaban (al niño) las películas del oeste como “La diligencia” o “La caravana de Oregón”.
(A finales de los 60 la televisión se había apoderado, hacía ya tiempo, de todos los hogares).
Y, cómo no, al niño le gustaban los tebeos del oeste (“El sheriff King”, por ejemplo).
Y, mientras tenían lugar, en el pueblo, los acontecimientos que se acaban de narrar, por esas fechas (año más o menos) pero en otro espacio y otro tiempo (que eran, a la vez, el mismo espacio y el mismo tiempo):
El “boom” juvenil, la moda, el “Seat 1.500” (precio 185.000 pts), la contaminación, la violencia y la sangre (aquí y allí), las canciones (La, la, la) del festival de Eurovisión, los ruidos, el hombre (Armstrong, Aldrin y Collins) en la luna, ...
Poco o nada sabía el niño de todo esto.
Y el chico (el que capturó al bandido: que luego escapó), y el sheriff: ¡Qué lejos del “boom” juvenil!
Qué lejos las diligencias del “Seat 1.500” (precio 185.000 pts).
Qué lejos los inmensos, infinitos paisajes del Oeste, de la contaminación.
En cambio...
la violencia y la sangre sí estaban allí: ¡Ag!
Pero el niño no entendía, de verdad, lo que era la violencia y la sangre.
El niño no sabía casi nada, pero algo intuía.
Entonces...
la infancia ¿qué es?, ¿cuándo se celebra su fiesta?: Cada minuto, cada hora, cada día los niños (cuando les dejan) la celebran, cada uno a su manera porque (el niño lo sabía) no todos los niños son iguales.


CAPÍTULO TRES: TRAS EL BANDIDO.
Y ahí estaban: El bandido escapando y el sheriff (¡BANG! ¡BANG!) tras él.
Pero el bandido: —Ahora va a ver, le haré uno de mis trucos.
Y éste es el truco: El bandido tira tiros al suelo haciendo humo (Sí: en el viejo manuscrito miniado se dice “humo”, en vez de “polvo”).
El caso es que (humo o polvo) el bandido hizo su truco. Y el caballo del sheriff: Iiiiiiiiiiii. Y el sheriff: ¡EEE! ¡booo! caballo ¡booo! (El truco había asustado, no cabe duda, al caballo del sheriff):
POCO DESPUÉS... —Se terminó el polvo, allí va el bandido.
¡JIE! ¡JIE!
Pero: —Je, je, no creo que me alcance— piensa el bandido.
Y el sheriff: —Alcanzaré a ese malvado y va a ver él.
Y luego: No le veo, pero seguiré sus huellas.
Siguió sus huellas y, aunque creía al bandido en la lejanía, estaba equivocado: pues, al pasar junto a un gran árbol, no sabía que: —Cuando pase verá— pensó el bandido, subido sobre una rama.
Y (¡Ahora verás!) se lanzó sobre el que (sorpresa y gemido: ¡ag!) cabalgaba.
Y, entonces, una dura escena de violencia (Sí, ¿ee? ¡Toma malvado! ¡Aaaaa!) tiene lugar: ¡Ug! ¡Puf! ¡Toma!
¡Toma y toma!: El sheriff llevaba las de ganar. Pero el bandido: ¡Toma para que vuelva!
Y el sheriff: ¡Toma! ¡Ag!
Pero el bandido: ¡PLAF! ¡Ag!
Entonces el sheriff quedó tumbado, en el suelo, y (ahora verás: TOMA: ag) el bandido le golpeó, con la culata de su pistola, en la cabeza.
—Ja, ja, te vencí maldito— dijo el bandido.
Y luego: Subiré a coger el caballo.
Cogeré el caballo y huiré. ¡JE, JE, JE!
Pero de repente: Dos disparos (¡BANG! ¡BANG!) rompieron el silencio y ¡PLAF! cayó el bandido: junto al sheriff que, con sus revólveres humeantes, dijo: —Para que vuelvas.
Y, después, mientras se lo llevaba: —Ha llegado tu hora...


La gustaban, al niño, las películas de John Wayne.
Arriba, a la izquierda: John con su madre Mary.
A la derecha: Una imagen tradicional del actor.
Abajo: Wayne vencía en todas las peleas.
MAÑANA, LUNES
en la SALA “WASHINGTON”:
El más célebre cow-boy: John Wayne.
El sheriff más turbulento: Robert Mitchum.
El western más agresivo: EL DORADO.
Director: Howard Hawks.
TECHNICOLOR.
(Otra de las facetas del actor: las películas bélicas).
¿Quién no recuerda “LA DILIGENCIA” de John Ford?
UN AUTÉNTICO “WESTERN” AMERICANO.
John Wayne
Rock Hudson en
LOS INDESTRUCTIBLES.
Artista invitado: Tony Aguilar.
PARA TODOS LOS PÚBLICOS.
(Vale la pena verla).
CAPÍTULO CUATRO: ¡BANDIDOS!
A algunas millas de allí, en una cueva...
Unos hombres...
—Haremos una charla.
—Bien, jefe.
—Dos de vosotros robaréis el banco, y que se queden conmigo dos. Uno apuntará al banquero, y el otro roba. Luego salís por la puerta pequeña.
—Sí, jefe.
—Ah, y que uno se quede de centinela en la cueva, je, je.
Y... ¡Vamos caballo! ¡Jie! ¡Jie!: Los dos bandidos parten al galope.
Y, mientras cabalgan, uno le dice al otro: —Es por la tarde: no habrá mucha gente fuera de las casas: estarán comiendo.
—Podremos robar el banco con facilidad.
—¡Alto! Allí está el pueblo.
Los bandidos entraron en el pueblo (—Llegamos al pueblo) con las caras tapadas por los pañuelos (—Iremos precavidos)
Era un pueblo silencioso, de pequeñas casas de madera, tras las cuales podían verse las montañas.
—Para, Bill, aquí está el banco.
—¡BOOO!
Pero un hombre grita ¡BANDIDOS!
¿¿¿???
¡Toma maldito, nos estropeaste el plan!
El hombre había sido alcanzado (¡BANG! ¡Ag!) por el disparo del bandido.
Pero este disparo fue escuchado (Saldremos a ver...) por el sheriff y sus dos ayudantes:                  —Saldremos a ver qué fueron esos disparos.
Y los bandidos: —Preocúpate en huir, no en disparar.
—¡Eee! ¡Huyen! ¡Persigámoslos!
—Sí, sheriff.
Y se inició ¡BANG! (el pueblo ya al fondo) la persecución.
Y... ¡BANG! ¡Ag!: Un ayudante del sheriff resultó herido.
—Encárgate de él.
—Sí, sheriff.
Y así, el sheriff continuó, solo, la persecución.
—Ahora verás, amigo— dice el sheriff y, al galope de su caballo, sacando el lazo y (¡TOMA!) manejándolo con gran habilidad... GGGRRR: Uno de los bandidos quedó atrapado por el certero lazo y ¡AAA! cayó del caballo.
Acto seguido el sheriff disparó y: ¡ag! alcanzó al otro bandido.
—Y ahora amigo— dijo el sheriff —tú y tu compañero iréis a la cárcel.


El niño había recibido, en el colegio, algunos consejos:
Ama a Dios. Cumple fielmente su ley. Cuida tu vida de piedad.
Defiende la verdad aunque te cueste sacrificio.
Preséntate aseado.
La amistad o aprovecha mucho o daña mucho.
Amigos y libros, pocos y buenos.
Todo por amor y nada por la fuerza.
Acostúmbrate a respetar a los árboles.
No dejes nunca un deber
sin cumplir.


CAPÍTULO CINCO: MÁS BANDIDOS.
En la cueva...
La cueva: sombras inquietantes y negras, como negro es el corazón (—sí, jefe) de los bandidos.
—Id a ayudar a los que fueron a robar el banco.
—Sí, jefe.
Y parten, al galope, tres bandidos: —No creo que les haya ocurrido nada.
—Je, je.
Y... ¡Eeee! ¡MIRAD!
Y... ¡JE, JE! sólo es uno: ahora verá.
—Iiiiiiiiiiii ¡BANG! ¡BANG!
¡Bandidos!— dice el sheriff —yo me encargaré.
—Y tú aquí (¡PLAF!: patada) quietecito: —ag— dice el que fuera (GGGRRR) atrapado por el lazo.
Bajo una lluvia de disparos (¡BANG! ¡BANG! ¡BANG!) el sheriff baja del caballo (¡BANG! ¡BANG! ¡BANG!) y trata de tranquilizarle con un ¡BOOOOOO!
Y luego: —Correré a esconderme.
Y ya tras unas rocas: —Aquí me esconderé (Las balas pasan rozando)
Pero ahora le tocaba a él: ¡BANG!
¡Agg, mi hombro!— dice el bandido.
Y continuó (¡BANG! ¡BANG!: fuego y humo) el tiroteo, donde ocurrieron cosas como: Una bala hizo volar un sombrero, un bandido esquivó (Je, je, je) un disparo, un bandido (ag) fue alcanzado, ...
—¡Maldito— dijo el último bandido—, sólo quedo yo!
Y, entonces, el joven sheriff resultó alcanzado: en un brazo (el izquierdo).
Y el tiroteo (¡BANG! ¡BANG!: fuego y humo) continuó.
Pero...
El disparo (—Se oyen disparos) fue escuchado por nueve jinetes, no lejos de allí.
Nueve jinetes que eran nueve bandidos.
Y: —¡Eeeh! vienen nueve jinetes— dice el sheriff.
Y pronto se da cuenta (—Vienen hacia mí) de que eran nueve bandidos: al galope estruendoso de sus caballos.
¡Demasiados jinetes para poder hacerles frente!: Un disparo hace blanco en el joven sheriff.
—¡Buen trabajo!— dice un bandido.
Mas de repente: otra sorpresa: un disparo alcanzó a un bandido: dos jinetes (¡BANG! ¡BANG!) bajaban disparando por la montaña: ¿Quiénes eran? la respuesta nos la dará uno de los bandidos:   —¡Es el sheriff! y uno de sus empleados sólo son dos fuego contra ellos!
El sheriff: no el joven sheriff herido, claro (el de rostro afeitado) sino otro sheriff de gran bigote que, mientras bajaba por la montaña, al galope de su caballo, decía: —¡Vamos, fuego!
El sheriff del bigote se detuvo (¡BOOOO!) junto al joven sheriff herido:
—Está muy herido, le pondré una venda... Ya está.
Y continuó (¡BANG! ¡BANG! fuego y humo: —Vamos, todos al ataque el jefe me mandó que yo fuera el jefe de vosotros( el tiroteo, donde ocurrieron cosas como:
El empleado del sheriff fue herido, un bandido fue herido, otro bandido fue herido, y otro, ...
—Será mejor que vaya a avisar al jefe— dijo uno.
Y el joven sheriff, que ya se había repuesto, montando sobre el caballo del sheriff del gran bigote: —Le perseguiré.
Y, mientras el joven sheriff se alejaba, en persecución del otro, el bigotudo sheriff gritó: —Vuelve, estúpido, deja mi caballo.


Salamanca 23 octubre 1969
Todo por amor y nada por la fuerza.


CAPÍTULO SEIS: EL FIN DE LA AVENTURA.
Poco después...
Ya se ve la cueva— dijo el bandido, sin sospechar que, cerca de él, el joven sheriff: —Ya te tengo.
Y: —¡Quieto amigo!: el sheriff se lanza sobre el otro.
—¿Cómo es que un niño ha querido meterse conmigo?
—Soy el sheriff, queda detenido.
—No tan pronto (¡PLAF! ¡AAH!)
—Ja, ja, ja, se lo advertí.
El sheriff había quedado sin sentido, y el bandido dijo: —Me lo llevaré preso.
Mientras, continuaba el tiroteo: el sheriff bigotudo contra todos los bandidos.
—Ve al pueblo más cercano en tu caballo— ordenó el sheriff de bigote a su empleado herido. —Sí.
—Yo te cubriré.
Un bandido es derribado y, casi al instante, otro se lanza sobre el sheriff, con un puñal. —¡Ja, ja, ja, ahora vas a morir!
Pero: —¡Toma maldito!
—¡Aag!
—Te arrepentirás de esto— dijo el bandido, desenfundando su revólver.
—¿eeeh?
¡BANG! ¡BANG!
Y luego, acto seguido: ¡BANG! ¡ag!
El sheriff del bigote había acabado con todos.
Poco después:
Seguiré las huellas del sheriff en uno de los caballos de los bandidos.
Y se pone a seguir las huellas.
Y: Las huellas van hacia aquella cueva.
¡La cueva de los bandidos!
Encuentra, a la puerta de la cueva, a dos bandidos: charlando entre sí:
—Hum, ya sólo quedamos dos y el jefe. —Sí.
—¡Pero ya no habrá sheriff!— dice uno de repente, disparando ¡BANG! con gran rapidez.
Pero el disparo no acertó al sheriff y éste (¡BANG! ¡BANG!) acabó con los dos bandidos.
Y el bigotudo, ni corto ni perezoso, entró en la cueva:
—Buscaré al jefe.
Pero el jefe estaba a su espalda:
—¡Alto ahí!— ¡Eeeeh!
Y todo sucede rápidamente: Con gran rapidez (acto reflejo) se volvió el sheriff: su revólver llameó: iluminó las tinieblas: resonó el disparo en la cueva.
Luego: —El jefe ha muerto— dijo el sheriff.
Y, entonces, alguien le llamó: —¡Sheriff!
—Es el sheriff— dijo el sheriff—, te desataré.
(Pues allí estaba, atado, el joven sheriff).
Poco después, afuera:
Sheriff— dijo el joven sheriff—, iré a buscar mi caballo.
—Sí, mientras monta en éste que cogí de un bandido.
—Bien.
—¿Eeeh? Vienen jinetes.
En efecto: jinetes se acercaban, levantando una nube de polvo.
—¿Quiénes son?
—Uno de sus hombres vino herido y dijo que viniéramos en su ayuda.
—Ya no necesitamos ayuda— contestó el sheriff del bigote.
Y el joven sheriff: —Yo me voy a buscar mi caballo.



Grandes aventuras juveniles.
20 PTS
En 32 atractivas páginas a todo color.
Títulos publicados y de próxima aparición:
EL SHERIFF KING.
Disparos en la frontera.
La amenaza del “Dragón”.
El tren desaparecido.
Cargamento disputado.


Y SIETE:
Minutos después vuelve.
—¿Encontraste tu caballo?— preguntó el sheriff del bigote.
—Sí— contestó el joven— pero estaba muerto: una de las balas debió alcanzarle.
—Vamos al pueblo— respondió el del bigote—, y a ver si aprendes de una vez a no ser estúpido.
Y aquí termina nuestra última novela.
THE END.