EL
OESTE SIN LA LEY
CAPÍTULO UNO: EL
CAMORRISTA.
Había llegado al
pueblo (el forastero) con ganas de camorra.
Era un pueblo
silencioso, de pequeñas casas de madera, tras las cuales podían verse las
montañas.
nada más entrar
en el saloon, y sin mediar palabra, desenfundó el forastero sus dos revólveres
(Cooper “Pocket Navy”, calibre 36) y ¡BANG! ¡BANG! disparó contra unos vasos,
rompiendo uno de ellos.
Entonces un
hombre, que se hallaba en el saloon, se dirigió hacia el camorrista y, también
sin mediar palabra, le agarró por las solapas: lanzándole acto seguido contra
las puertas.
El forastero
atravesó las puertas (¡Por todos los...!) y se vio tumbado en la polvorienta
calle.
El que había
atacado al forastero camorrista era un hombre del sheriff:
—Deme un dólar
por romper el vaso, soy un hombre del sheriff— dijo, apuntando al forastero con
su revólver (Su viejo Colt “Pocket” calibre 31).
El forastero,
que ya estaba en pie, sacó un dólar de uno de sus bolsillos. Pero los curiosos
que, a distancia, sin dejarse ver (en realidad el pueblo parecía, a simple
vista, abandonado), los curiosos que, digo, presenciaban la escena, pensaron
que el forastero (y pensaron bien) no iba a darse por vencido tan fácilmente.
Y, en efecto:
—Pero no se lo
daré tan pronto— dijo.
Y, con gran
rapidez, propinó al hombre del sheriff una patada: —¡Ag!
No se amilanó el
hombre del sheriff, contestando con un ¡PLAF! puñetazo que hizo que el
forastero (¡Ag!) se tambaleara: —Por todos los...!
—¡Ahora verás,
maldito!— dijo el camorrista, mientras se ajustaba el sombrero (tras él: las
pequeñas casas de madera y, en la parte superior de una de ellas, un cartel:
WELLS FARGO).
—¡Ag!: Un bien
dirigido puñetazo (el forastero era bueno con los puños) hizo que el hombre del
sheriff perdiera el equilibrio.
Y, apenas se
había repuesto (el defensor de la ley) del castigo de su adversario cuando:
—¡Aaag!
El hombre del
sheriff cayó al suelo sin sentido, entre el polvo, bajo el sol del oeste: había
recibido, por la espalda, un golpe: un barbudo y bigotudo individuo, amigo del
forastero, fue el traidor.
—¡Ja, ja, ja, ja, ja!—
rieron los dos malhechores, mirándose fijamente a los ojos.
Entonces el
forastero (un buen bigote, y barba de unos cuantos días) dijo: ¡Vamos, a
caballo!
NOTA:
En el viejo
manuscrito miniado se lee: le coge por los escotes y...
Pero el autor
quiso decir (lo sé a ciencia cierta) solapas.
CAPÍTULO DOS: LA
PERSECUCIÓN.
Poco después:
—¡Eeeh!, han huido, les perseguiré.
Esto fue lo que
dijo el hombre del sheriff, cuando recuperó el sentido. La calle continuaba
desierta: si había habitantes en aquel pueblo (y los había) no tenían ningún
deseo de dejarse ver.
Y...
Sobre su caballo
al galope, a través de las hierbas altas y hacia las montañas, el hombre del
sheriff (el protagonista de esta novela) cabalgaba: Tras los bandidos.
Y en las
montañas: Un bandido con un rifle, apuntando tras las rocas.
Y por otra
parte: El hombre del sheriff aproximándose, sobre su caballo.
Y... ¡Ahora
verás!: El bandido del rifle tenía a tiro al hombre del sheriff, y mientras
apuntaba dijo: —Te mataré.
Pero un sexto
sentido, o lo que sea, hizo que ¡eeeeh! el hombre del sheriff adivinase, a su
espalda, el peligro.
Y disparase,
rápido como un rayo, su revólver (Su viejo Colt “Pocket” calibre 31) alcanzando
al traidor (este traidor tenía barba, pero no parecía el traidor del pueblo, su
barba era distinta).
Y...
—¡Te lanzaré
este palo!— dijo otro barbudo (que también se encontraba, como el anterior,
escondido entre las rocas).
El palo alcanzó
al hombre del sheriff, golpeándole con tal fuerza que cayó del caballo.
Pero... ¡BANG!
el hombre del sheriff disparó desde el suelo: ¡ag! (el barbudo, ¿el del pueblo?
no creo: su barba era distinta, había quedado fuera de combate).
¡BANG!: Esta vez
disparó uno que parecía tener bigote (¿el forastero? Tal vez no).
El disparo pasó
rozando al hombre del sheriff, que dijo: —¡eeeh!
Luego disparó
hacia arriba y: —¡ag!
Los tres
bandidos, creo yo, habían muerto.
ALUMNO: HOMBRE
DEL SHERIFF.
CALIFICACIONES:
Pelea en el
pueblo: 8,7
Valentía: 10
Persecución: 10
Cultura general:
6
Conducta: B
HABÍA UNA VEZ
un niño que
prefería (en el recreo) pasear solo: los juegos de sus compañeros no tenían,
para él, ningún interés (el juego que menos le interesaba era el fútbol).
Daba vueltas al
patio en silencio, pensando, inventando historias.
Su primera obra
se tituló NOVELAS: El oeste sin la ley, La ley del oeste y Defensores de la
ley.
Algunos pensaban
que este niño era un vago, y se equivocaban: Simplemente anteponía los deberes
vocacionales (NOVELAS) a los escolares.
El colegio, el
instituto, la universidad y otras muchas cosas deberían haber acabado (es lo
normal) con aquel niño.
Pero...
CAPÍTULO TRES:
EL ASALTO.
Y en otra parte
a medio lago un hombre se dirige a las tierras indias.
Sí: En otra
parte, a mitad de un lago, un hombre (¿el forastero? yo creo que sí) se dirigía
a las tierras indias.
El lago era poco
profundo, por lo que el hombre pudo cruzarlo a caballo.
Cerca de la
orilla se encontraban los tipis, las primitivas viviendas de los indios, cuyas
características formas cónicas venían dadas por estacas de madera que, visibles
en su parte superior como un penacho, eran cubiertas por pieles de animales,
luego decoradas (con primitiva sencillez, en este caso).
Dos pieles rojas
salieron al encuentro del rostropálido: uno, con un gran penacho de plumas,
alzó los brazos (en su mano izquierda llevaba una gran lanza). El otro, que
amenazaba con su rifle, sólo tenía dos plumas.
—Qué querer rostro pálido—
preguntó, sin entonación, el del penacho y la lanza, cuyo rostro estaba, como
los tipis, primitivamente decorado.
—Querer hablar con gran hechicero.
—Estar en esta tienda— contestó el
indio, señalando con el dedo.
Y se mete.
—Qué querer— preguntó el gran
hechicero (el hombre-medicina u hombre de medicina) al rostropálido que,
quitándose el sombrero, acababa de entrar en la tienda.
—Una diligencia salir del pueblo,
¿querer atrapar?, lleva oro— explicó el hombre blanco (que, ahora creo estar
seguro, era el forastero del principio, el camorrista).
—Sí, querer—
dijo el gran hechicero.
Los
hombres-medicina (dicen los especialistas) llegaban a tener, a veces, tanto
poder como los jefes. Parece que este hombre medicina (el gran hechicero)
ejercía (caso raro, supongo) el cargo de jefe.
—Sí, querer—
dijo el gran hechicero.
Y, poco después,
el hechicero y sus bravos atacaban, con el bandido, la diligencia: ¡BANG!
¡BANG!
¡BANG! ¡BANG!
¡BANG!
En la parte
superior de la diligencia, parapetado tras un baúl, el acompañante del
conductor, el joven vigilante, disparaba su rifle: contra los atacantes, contra
los terribles salvajes que, con su clamor de guerra (de conquista), con sus
gritos de destrucción como ladridos, cada vez más peligrosamente (con sus
caballos enloquecidos al galope) se acercaban disparando (¡BANG! ¡BANG! ¡BANG!)
a la diligencia, cuyos caballos (atormentados por el látigo, por los gritos
desesperados del conductor) arrastraban, haciendo un esfuerzo sobrenatural
(cubiertos de polvo y sudor) el vehículo.
No tardó el
acompañante en resultar herido (en un hombro).
Entonces el
bandido que, al galope de su caballo, acompañaba a los indios, dijo: —¡Ahora
disparo yo!
Y, con un
certero disparo, alcanzó ¡BANG! al veterano conductor (barba blanca, rostro
curtido por el viento del oeste).
Instantes
después, otro disparo ponía ¡BANG! fuera de combate al único pasajero que,
desde el interior de la diligencia, trataba, con su revólver, de defenderse de
los indios. El disparo había penetrado ¡BANG! en el interior de la diligencia
mientras ésta (veloz: ruedas girando desesperada, vertiginosamente) atravesaba
unas hierbas altas.
LE GUSTABAN (AL
NIÑO)
los telefilmes
del oeste como “Bonanza” (los héroes de “La Ponderosa”) o “El virginiano”.
También le
gustaban (al niño) las películas del oeste como “La diligencia” o “La caravana
de Oregón”.
(A finales de
los 60 la televisión se había apoderado, hacía ya tiempo, de todos los
hogares).
Y, cómo no, al
niño le gustaban los tebeos del oeste (“El sheriff King”, por ejemplo).
Y, mientras los
indios (acompañados del bandido) asaltaban la diligencia, por esas fechas (año
más o menos) pero en otro espacio y otro tiempo (que era, a la vez, el mismo
espacio y el mismo tiempo):
El “boom”
juvenil, la moda, el “Seat 1.500” (precio 185.000 pts), la contaminación, la
violencia y la sangre (aquí y allí), las canciones (La, la, la) del Festival de
Eurovisión, los ruidos, el hombre (Armstrong, Aldrin y Collins) en la luna, ...
Poco o nada
sabía el niño de todo esto.
Y el joven
vigilante (el acompañante del rifle, herido en el hombro por los indios): ¡Qué
lejos del “boom” juvenil!
Qué lejos la
diligencia del “Seat 1.500 (precio 185.000 pts).
Qué lejos los
inmensos, infinitos paisajes del Oeste, de la contaminación.
En cambio...
La violencia y
la sangre sí estaban allí: ¡Ag!
Pero el niño no
entendía, de verdad, lo que era la violencia y la sangre.
El niño no sabía
casi nada, pero algo intuía.
Entonces...
La infancia ¿qué
es?, ¿cuándo se celebra su fiesta?:
Cada minuto,
cada hora, cada día los niños (cuando les dejan) la celebran, cada uno a su
manera porque (el niño lo sabía) no todos los niños son iguales.
CAPÍTULO CUATRO:
LLEGA AYUDA.
Ya sin
conductor, la diligencia, con las bestias desbocadas, aterradas, continuaba su
demente carrera, seguida muy de cerca por los asaltantes: cantos como alaridos:
gritos desgarrados de exterminio ¡Victoria! y las armas disparando al aire
(disonantes) para intensificar, con su fuego y su humo, aquel enloquecido y
ardiente himno: al galope estruendoso de los caballos.
—¡Coge el oro,
Pato-Colorado!— dijo alguien (tal vez el gran hechicero).
—¡Sí!— dijo
Pato-Colorado mientras saltaba (estruendoso galope) de su caballo a la
diligencia: bestias desbocadas, aterradas, continuando su demente carrera (y
las ruedas ¡veloces! girando desesperada, vertiginosamente).
Una vez que hubo
detenido la diligencia, Pato-Colorado amenazó al joven vigilante herido,
preguntando sin entonación: —Dónde estar el oro.
—En este baúl—
respondió el joven.
—¡Está bien!—
dijo Pato-Colorado— mientras propinaba un fuerte puñetazo al joven que, desde
la parte superior de la diligencia, fue a caer al suelo.
Y desde la parte
superior de la diligencia, con las dos manos ocupadas: en la derecha el baúl
del oro y un rifle en la izquierda, Pato-Colorado, de un atlético salto, montó
sobre su caballo.
Pero: ¡BANG!
¡Ag! ¡BANG! ¡Ag!
Pato-Colorado
había abandonado, repentinamente, su montura, y con él otro indio. También el
cofre cayó a tierra, perdiéndose en una niebla de polvo.
Eran el sheriff
del pueblo (un hombre de bigote blanco) y sus ayudantes (uno de los cuales, de
bigotes largos y finos, era el “hombre del sheriff” del principio).
—¡A ellos!— dijo
el sheriff, mientras el sol del Oeste (que incendiaba, con su fuego implacable,
la tierra roja, las rocas o las hierbas) hacía resplandecer, en su pecho, una
estrella que (símbolo de la ley y el orden) parecía tener luz propia.
Pero... ¡BANG!
(el autor del disparo fue el bandido)
—¡Ag!
—Han herido a
uno— dijo el sheriff.
—Le hirió el
bandido— dijo (bigotes largos y finos) el hombre del sheriff.
Pero... ¡BANG!
(el autor del disparo fue, ahora, el hombre del sheriff).
—¡Ag!: el
bandido fue herido en un brazo, pero ya todos los indios, con el gran hechicero
al mando, se lanzaban (y eran muchos) contra el sheriff y sus hombres (que eran
pocos: tal vez tres).
Uno de ellos (el
hombre del sheriff, el de los bigotes finos y largos) disparaba, tras una roca,
sus dos revólveres (en su mano derecha: su viejo Colt “Pocket” calibre 31):
disparos certeros que derribaron, con su poder de destrucción, a dos salvajes
combatientes.
Pero los indios
eran demasiados, y el hombre del sheriff lo reconoció exclamando: ¡eee, son
muchos!
Pero (los sables
y la bandera de los Estados Unidos al viento: viento caliente del Oeste)
alguien gritó: —¡Adelante!
—¡La
caballería!— exclamó (rostro como máscara: pinturas de guerra como tatuajes,
como terribles cicatrices) el gran hechicero.
Y se produjo
(entre indios y soldados) el estruendoso encontronazo: laberinto de gritos,
fuego y metal (batalla sangrienta y disonante), hombres (desnudos y pintados o
vestidos de azul) alucinados por el odio o el terror: entre una nube espesa de
polvo y fuego.
—¡A ellos!—
gritó el gran hechicero.
y... ¡PLAFF:
Lucha sin piedad de espaldas afiladas, de rifles y hombres como bestias (¡AUG!)
Lucha del hombre del sheriff (el de los bigotes finos y largos) contra los
indios: Derribar y golpear para, acto seguido, volver a derribar y golpear: ¡Y
van (en cuestión de segundos) cuatro!
Y entonces gritó
el gran hechicero: ¡Huyamos!
El oficial al
mando de la caballería, en señal de victoria (en primer plano) alzó el sable
mientras, más allá, el hombre del sheriff, de espaldas, contemplaba la retirada
de los indios (Encima de él había una rama).
Le gustaban, al
niño, las películas de John Wayne.
Arriba, a la
izquierda: John con su madre Mary.
A la derecha:
Una imagen tradicional del actor.
Abajo: Wayne
vencía en todas las peleas.
MAÑANA, LUNES
en la SALA
“WASHINGTON”:
El más célebre
cow-boy: John Wayne.
El sheriff más
turbulento: Robert Mitchum.
El western más
agresivo: EL DORADO.
Director: Howard Hawks.
TECHNICOLOR.
(Otra de las
facetas del actor: las películas bélicas).
¿Quién no
recuerda “LA DILIGENCIA” de John Ford?
UN AUTÉNTICO
“WESTERN” AMERICANO.
John Wayne
Rock Hudson en
LOS
INDESTRUCTIBLES.
Artista
invitado: Tony Aguilar.
PARA TODOS LOS PÚBLICOS.
(Vale la pena
verla).
CAPÍTULO CINCO:
LA CAPTURA.
Después de
recoger a los heridos de la diligencia...
El hombre del
sheriff, de un salto, subió a la rama.
Después caminó,
con un revólver desenfundado (su viejo Colt “Pocket” calibre 31) sobre aquella
larga rama: Je.
Largamente, de
forma casi irreal, se ondulaba aquella rama inacabable.
Y el bandido:
Je.
—Je— dijo el
bandido, sin sospechar que, sobre él, sobre la rama, se encontraba el hombre
del sheriff que, rápidamente, saltó sobre él.
Y así el
bandido, el que planeó el robo de la diligencia, recibió una patada en la cara:
—Ag. Luego, tras la ágil patada, el hombre del sheriff propinó al bandido un
puñetazo: ¡Eeee! Y acto seguido, para terminar, otro puñetazo más: ¡Aaay!
El bandido quedó
sin sentido, en el suelo, y el hombre del sheriff dijo: —Je, je, me lo llevaré.
Y se puso, con
el bandido al hombro, en marcha.
El niño había
recibido, en el colegio, algunos consejos:
Ama a Dios.
Cumple fielmente su ley. Cuida tu vida de piedad.
Defiende la verdad
aunque te cueste sacrificio.
Preséntate
aseado.
La amistad o
aprovecha mucho o daña mucho.
Amigos y libros,
pocos y buenos.
Todo por amor y
nada por la fuerza.
Acostúmbrate a
respetar a los árboles.
No dejes nunca
un deber
sin cumplir.
CAPÍTULO SEIS:
EL ATAQUE AL FUERTE.
Unos minutos
después, en el FORT TOD...
¡Abra las
puertas, centinela!
Perdido en el
desierto: FORT TOD. Con su bandera empalidecida por el sol, pero
resplandeciente aún para ser venerada, dichosa flotando en el espacio caliente.
Y los centinelas
de pupilas atentas: a un horizonte infinito, como un abismo. Y la empalizada,
construida con enormes troncos de árbol.
Y, en la
lejanía, el jinete que se acerca.
Y el centinela,
azulísimo, que grita:
—¡Abra las
puertas, centinela!
(Es decir, el
centinela le gritó esto, se ve, a otro centinela).
Y un jinete
entra, al galope, en FORT TOD.
El jinete es,
bigotes finos y largos, el hombre del sheriff.
Entra por la
puerta y los soldados le rodean.
—Vengo a hablar
con el mayor— dice.
Y: ¡TAC! ¡TAC!
—ADELANTE.
Poco después:
—Pues ya le digo, capturé al bandido que iba con los indios y dijo que iban
a...
(NOTA: En el
viejo manuscrito miniado aparece, tras “iban a...” una palabra ilegible, pero
se deduce, por el contexto, que lo que quiso decir fue que sabía, por el
bandido, que los indios atacarían FORD TOD).
Poco después:
—Miraré por los anteojos— dijo el sargento.
Y ve por los
anteojos:
Los atacantes:
los terribles salvajes que, peligrosamente (con sus caballos enloquecidos al
galope) se acercaban al fuerte.
—Iiiiiiii.
Y pronto: Voces
iracundas como gritos de destrucción, como ladridos, como cánticos violentos,
como ansia de sangre, como estallido de fiesta guerrera.
Y el polvo y los
disparos.
¡Eee! ¡Atacan al
fuerte!
¡BANG! ¡BANG!
¡BANG!: Los terribles salvajes ya daban vueltas alrededor de FORD-TOD:
¡ADELANTE!
Y... —¡Ag!—
gritó un hombre joven.
—Han herido al
sargento— dijo el mayor.
Mientras
continuaban pasando, entre el polvo y la humareda, los indios y los disparos:
¡BANG! ¡BANG! ¡BANG!
Pero...
Los bravos
indios iban perdiendo por las fuerzas de FORD-TOD.
Y el mayor:
—¡Carguen los cañones y disparen!
¡¡BORROBOM!!
Ag
Ag
Ag
—¡Me rindo!—
dijo el jefe indio que, por cierto, ya no era el gran hechicero.
Salamanca 23
Octubre 1969.
Todo por amor y
nada por la fuerza.
Y SIETE.
Poco después...
—Adiós mayor—
dijo el hombre del sheriff.
Y se alejó
cabalgando (sujetándose el sombrero con la mano) a gran velocidad.
Y de esta forma
hicieron la ley del Oeste. FIN.
LA
LEY DEL OESTE
CAPÍTULO UNO: LA CARAVANA.
En el legendario
oeste una gran caravana entra en el desierto cubierto de pieles rojas.
—¡Caravana!
¡ADELANTE!
El desierto: un
pálido paisaje incendiado de luz.
Cubierto de
salvajes tatuados.
Y el crujir de
los carros antiguos.
—¡Caravana!
¡ADELANTE!
De repente: ¡A
ellos! (Son los salvajes tatuados).
—¡Hagan un
redondel!— grita entonces el jefe de la caravana.
Y se entabla la
batalla: Hombres disparando desde los carros, o bajo los carros, contra los
atacantes, contra los terribles salvajes que, con su clamor de guerra (de
conquista), con sus gritos de destrucción como ladridos, cada vez más
peligrosamente (a pie o sobre sus caballos enloquecidos al galope) se acercaban
disparando (¡BANG! ¡BANG! ¡BANG!) a los carros dispuestos en círculo: Iiiiiiii.
¡Ag! ¡Ag! ¡Ag!
Y un hombre
blanco: ¡Ag! Pero...
en ese momento:
¡LA CABALLERÍA!: ¡A ellos! ¡FUEGO!
¡BANG! ¡BANG!
¡BANG!
Y se produjo
(entre indios y soldados) el estruendoso encontronazo: laberinto de gritos,
fuego y metal (batalla sangrienta y disonante), hombres (desnudos y pintados o
vestidos de azul) alucinados por el odio o el terror, entre una nube espesa de
polvo y humo.
¡BANG! ¡BANG!
¡BANG! ¡YAUUU!
Ahora verás:
¡BANG!
¡YAUAU!
Indios y indios
bajaban de las montañas.
¡Ag! ¡Adelante!
¡TUTURUTURUTURUTURU!
De repente:
¡EEEE! ¡Ahora verás!: Un indio se lanzó sobre el capitán que, ya con el
cuchillo del indio (peligrosamente) a unos milímetros de su cuello, mientras
sujetaba el brazo del salvaje, dijo: —Con que quieres esto.
Y (¡TOMA!) de un
certero golpe se liberó del indio: ¡Ag!
Luego dijo el
capitán: —Creo que los indios pierden.
Y continuó
luchando: ¡PLAF!
Poco después los
soldados vencen.
—Bien, habéis
vencido.
Y... —Yo soy
doctor— dijo un hombre barbudo —gracias capitán. Hirieron al jefe de la
caravana.
Y luego añadió:
—Me las pagarán esos indios.
—Cálmese y siga
su camino, señor. Nosotros nos ocuparemos de lo demás— contestó el capitán
(hombre de bigotes finos).
¡AL FUERTE!
TURURURURUTUTU.
Y los soldados
se pusieron en marcha, hacia el fuerte. A la cabeza iba el capitán, con el
sable en alto, tras él el soldado que portaba la bandera y, luego, el resto de
los soldados: en perfecta formación.
HABÍA UNA VEZ
un niño que
prefería (en el recreo) pasear solo: los juegos de sus compañeros no tenían,
para él, ningún interés (el juego que menos le interesaba era el fútbol).
Daba vueltas al
patio en silencio, pensando, inventando historias.
su primera obra
se tituló NOVELAS: El oeste sin la ley, La ley del oeste y Defensores de la
ley.
Algunos pensaban
que este niño era un vago, y se equivocaban: Simplemente anteponía los deberes
vocacionales (NOVELAS) a los escolares.
El colegio, el
instituto, la universidad y otras muchas cosas deberían haber acabado (es lo
normal) con aquel niño.
Pero...
CAPÍTULO DOS:
ESPIONAJE.
—FORT RUSTI a la
vista.
TURURURURURUU.
Poco después...
¡ABRAN LAS PUERTAS, CENTINELA!
Perdido en el
desierto: FORT RUSTI. Con su bandera empalidecida por el sol, pero
resplandeciente aún para ser venerada, dichosa flotando en el espacio caliente.
—Lo hizo muy
bien capitán.
—Le contaré lo
que pasó, mayor.
Después de
contar el capitán al mayor lo ocurrido...
—Mayor, voy a
espiar a esos indios— dijo un joven teniente.
—Pero ten mucho
cuidado Barry— aconsejó el mayor.
¡ABRAN LAS
PUERTAS, CENTINELA! Y el teniente Barry salió, al galope, hacia tierras indias.
Poco después...
—El campamento
indio— pensó el teniente Barry. Y (¡BOOO!) frenó su caballo. Luego, a pie y con
un revólver en la mano, dijo: —Espiaré.
Y... —Ahora
verá— dijo un indio armado de arco y flecha, que le había descubierto.
—¡AY!— gritó
Barry mientras rodaba montaña abajo, para ir a caer (de poca agua: allí se
encontraba su caballo) sobre un riachuelo.
—Le cogeré
preso— dijo el indio mientras bajaba, ahora con un rifle, hacia el lugar donde,
herido, se encontraba el teniente Barry. Y luego: —Allí está.
PERO... ¡BANG!
¡Ag!
—Iré a coger al
teniente Barry— dijo el mayor. Sí: Allí estaba el mayor, con su gran bigote y
su revólver desenfundado y humeante.
El mayor cogió
al joven teniente entre sus brazos y dijo: —Le quitaré la flecha. Y así lo
hizo.
Luego cargó al
teniente sobre el negro caballo de éste: —¡Arriba! Después montó el mayor sobre
su caballo gris y (—Iremos al fuerte) se dirigió hacia el fuerte, con el joven
herido.
Pero: ¡EEE!
¡INDIOS!— gritó el mayor.
En efecto: Una
serie de indios a caballo, armados de rifles, bajaban disparando desde las
montañas.
También el mayor
empezó a disparar, mientras huía: contra los indios. Se encontraba en un grave
aprieto, puesto que eran muchos (—Tengo que huir, son muchos) y además tenía
miedo de que el teniente, herido sobre el negro caballo, pudiera caer al suelo
con el galope.
Y ahí tenemos a
los terribles salvajes: galopando y disparando, con su clamor de guerra, con
sus gritos como ladridos, peligrosamente, tras los dos caballos: uno gris, con
el mayor sobre él, y otro negro con, sobre él, el joven herido.
Por suerte
(—¡Allí está el fuerte!) FORT RUSTI no estaba lejos.
Y: ¡ABRAN LAS
PUERTAS, CENTINELA!
—Han herido al
teniente. Me iban persiguiendo los indios huyeron.
Y... ¿Estás
mejor Barry? Le pincharé esta inyección para que se reponga.
LE GUSTABAN (AL
NIÑO)
los telefilmes
del oeste como “Bonanza” (los héroes de “La Ponderosa”) o “El virginiano”.
También le
gustaban (al niño) las películas del oeste como “La diligencia” o “La caravana
de Oregón”.
(A finales de
los 60 la televisión se había apoderado, hacía ya tiempo, de todos los
hogares).
Y, cómo no, al
niño le gustaban los tebeos del oeste (“El sheriff King”, por ejemplo).
Y mientras
ocurrían (—Allí está el fuerte!) las aventuras que se acaban de narrar, por
esas fechas (año más o menos) pero en otro espacio y otro tiempo (que eran, a
la vez, el mismo espacio y el mismo tiempo):
El “boom”
juvenil, la moda, el “Seat 1.500” (precio 185.000 pts), la contaminación, la
violencia y la sangre (aquí y allí), las canciones (La, la, la) del Festival de
Eurovisión, los ruidos, el hombre (Armstrong, Aldrin y Collins) en la luna, ...
Poco o nada
sabía el niño de todo esto.
Y el joven
teniente Barry (herido por una flecha india):
¡Qué lejos del
“boom” juvenil!
Qué lejos el
caballo negro del teniente o el gris caballo del mayor del “Seat 1.500” (precio
185.000 pts).
Qué lejos los
inmensos, infinitos paisajes del Oeste de la contaminación.
En cambio...
la violencia y
la sangre sí estaban allí: ¡Ag!
pero el niño no
entendía, de verdad, lo que era la violencia y la sangre.
El niño no sabía
casi nada, pero algo intuía.
Entonces...
La infancia ¿qué
es?, ¿cuándo se celebra su fiesta?: Cada minuto, cada hora, cada día los niños
(cuando les dejan) la celebran, cada uno a su manera porque (el niño lo sabía)
no todos los niños son iguales.
CAPÍTULO TRES:
EL ATAQUE.
No muy lejos de
allí...
—Mandaré este
mensaje— dijo un indio. Y lanzó, hacia FORT RUSTI, una flecha, que fue a
clavarse en la empalizada.
—Una flecha con
un papel, debe ser un mensaje indio— dijo el centinela. Y... —Desclavaré la
flecha.
—“Atacaremos el
fuerte dentro de poco, irá el jefe”— Y aquí pone la firma: Cuerno Roto.
Todo esto leyó
el mayor de los grandes bigotes, y luego (—Lo guardaré) guardó el papel en uno
de sus cajones.
—Prepárense, los
indios atacarán— dijo el mayor.
Poco después,
todos estaban preparados.
Y... ¡INDIOS!
Y se produjo
(batalla sangrienta y disonante) el ataque al fuerte: hombres desnudos y pintados
contra hombres vestidos de azul: espesa nube de polvo y humo.
Y se produjo
(batalla sangrienta y disonante) el ataque al fuerte: hombres desnudos y
pintados contra hombres vestidos de azul: espesa nube de polvo y humo.
—Sargento, los
indios son muchos.
—Sí, mayor: pero
les venceremos.
—Es verdad, les
venceremos.
Entonces una
flecha india atravesó (ZIUM) el sombrero del teniente Barry.
Y la pelea,
mientras la bandera no dejaba de ondear, continuaba.
Los indios
bajaban y bajaban de las montañas, con sus rifles, con sus flechas y con sus
lanzas.
A veces caía un
soldado, a veces un indio.
—Me duele un
poco— dijo el teniente Barry— pero dispararé.
Dispararé:
contra los atacantes: frenéticos gritos como lamentos furiosos que, mudas e
insensibles, hacían temblar a las mismas montañas.
Pues un solo
disparo basta (buena puntería) para desunir hombre y caballo.
—El jefe indio—
pensó el mayor—, va a ver él.
¡BANG!
Y el tiro da al
jefe: Ag.
—Han dado al
jefe, pero sigamos— dijo entonces un indio.
Y los indios
siguieron, y el ataque ya se hacía eterno.
Un indio que,
tras unas rocas, lanzaba sus certeras flechas, fue alcanzado por un disparo.
Y los indios
siguieron y siguieron, y el ataque ya se hacía eterno.
Entonces, de
repente, un indio dio un gran salto, puñal en mano, y se lanzó contra el
teniente Barry (el joven teniente que, a pesar de no haberse repuesto, aún, de
su herida, había acudido al combate). Y ambos, teniente e indio, fueron a caer
fuera del fuerte. Quedó el teniente tumbado boca arriba, con el indio encima de
él, tratando de clavarle el puñal: —Te lo clavaré. Pero: —Sería mejor que te
hubieras quedado en cama— dijo el mayor mientras con un ¡BANG! disparo acababa
con el peligroso salvaje. En ese momento un indio dijo: —Nos sobran muy pocos
bravos. Y el mayor: —Sube inmediatamente, Barry.
¡Ag! ¡Ag! —No
creo que resistamos mucho— dijo otro indio. ¡BANG! ¡Ag! ¡ZIUMM! ¡Ag! ¡Ag! (Ya
los indios caían a pares). Por fin uno dijo: —Quedamos muy pocos, ¡HUYAMOS!
Y todos salieron
corriendo, alejándose de allí y, poco tiempo después, cruzaban un río poco
profundo, tal vez un lago.
Y fue entonces
cuando el mayor (¡A sus puestos!) pronunció su histórica frase: —La guerra ha
terminado. FIN.
DEFENSORES
DE LA LEY
CAPÍTULO UNO:
DOS BANDIDOS.
La diligencia
(tirada por dos caballos. Arriba: el conductor y el acompañante) no llevaba
pasajeros.
—¡BANDIDOS!
—No llevamos
pasajeros y son dos bandidos.
Los bandidos
bajaban, disparando, por la montaña.
Parapetado tras
un baúl, ya el acompañante del conductor, el vigilante, se disponía (—Ahora
verán) a disparar sobre los atacantes.
Pero, en
cuestión de segundos, conductor y acompañante habían sido heridos (¡Ag!) y los
caballos (enloquecidos, al galope) estaban desbocados: —Los caballos están
desbocados— dijo el acompañante, ya herido. Y entonces la diligencia (¡BOM!) se
volcó: quedando destrozada: ROTA.
Mientras, en el
pueblo...
—La diligencia
saldrá pronto.
Esto dijo el
cochero de la diligencia (de otra diligencia). Junto a él estaba el sheriff.
Poco después, la
diligencia parte del pueblo.
—¡Eh, mire!—
dijo, al cabo de un rato de marcha, el acompañante del conductor.+—¿Qué pasa?—
preguntó, desde dentro de la diligencia, asomándose por la ventanilla, el joven
sheriff.
—Hay una
diligencia rota— le contestaron.
—Bien, corran a
toda prisa.
—¡Jie! ¡Jie!
Poco después:
¡BOO! Aquí está.
Y: —Cogeremos a
los heridos y a las ruedas para recambio y los caballos también— dijo el
sheriff.
Y, poco después,
la diligencia partía, tirada por seis caballos que, al movimiento del galope,
parecían muchos más.
mas de pronto
(¡A ellos!) otra vez los dos bandidos, disparando al aire, sobre sus caballos.
Pero esta vez
estaba el sheriff que, saliendo por una de las ventanas (la diligencia en
marcha) se colocó en la parte de arriba, junto con el vigilante: parapetado
tras una caja o baúl.
El primer
disparo del sheriff hizo blanco (¡ag!) en uno de los bandidos.
Ahora sólo
quedaba uno y (¡Ahora verás!) el sheriff (—¡Eeee!) se lanzó sobre él. Tuvo
lugar entonces una brutal, desesperada y furiosa pelea, donde se dijeron cosas
como ¡Eeee!, ¡Ug! o ¡Uf! y, por fin, cuando venció el sheriff: —Ya está.
Poco después...
¡JIE! ¡JIE!
HABÍA UNA VEZ
un niño que
prefería (en el recreo) pasear solo: los juegos de sus compañeros no tenían,
para él, ningún interés (el juego que menos le interesaba era el fútbol).
Daba vueltas al
patio en silencio, pensando, inventando historias.
Su primera obra
se tituló NOVELAS: El oeste sin la ley, La ley del oeste y Defensores de la
ley.
Algunos pensaban
que este niño era un vago, y se equivocaban: Simplemente anteponía los deberes
vocacionales (NOVELAS) a los escolares.
El colegio, el
instituto, la universidad y otras muchas cosas deberían haber acabado (es lo
normal) con aquel niño.
Pero...
CAPÍTULO DOS: EN
EL SALOON.
Mientras en el
pueblo...
(Era un pueblo
silencioso, de pequeñas casas de madera, tras las cuales podían versa las
montañas).
...un hombre
entra en el saloon (un camorrista) y...
—¡Quién se
atreve conmigo!
Cesó la música.
Y, al no haber
respuesta: —¡Eee! Hoy no tienen ganas de pelea— volvió a provocar el
camorrista, con las manos muy cerca de sus revólveres.
—¡Pues yo sí!—
dijo el bandido, golpeando a un hombre: ¡PLAF! ¡Ay!
—¡Eee, por qué
se mete!— dijo un hombre joven alzando un taburete y ¡CRACH! estrellándolo
contra el bandido.
Y... —¿Por qué
se ha metido?— preguntó, al joven, el hombre al que golpeó el bandido.
El joven,
mientras fumaba su cigarro, contestó: —Porque quiero.
—¡Conque sí!—
dijo el hombre (¡PLAF!) golpeando al joven.
¡Así era el
oeste! El joven defiende al hombre del bandido y éste, como “agradecimiento”,
le golpea.
Y en ese momento
la diligencia llega al pueblo.
¡JIE! ¡JIE!
¡BOOO!
—Llevaré a los
bandidos a la cárcel luego iré a tomar una copa— pensó el sheriff.
Y, mientras, en
el saloon:
—Me metí porque
era un bandido.
—Maldito.
—Toma.
—Ag.
El joven había
caído al suelo, y el otro le dijo: —Así aprenderás. —Y ahora fuera— continuó
diciendo, mientras echaba al chico fuera del saloon.
Ya en la calle,
el joven se disponía a levantarse cuando alguien se le acercó: —Soy el sheriff
¿qué pasó?
—Baje del
caballo, se lo diré en muy pocas palabras.
Poco después...
—Muy bien— dijo el sheriff —entre en el saloon.
Apenas empezó a
entrar, en el saloon, el joven cuando (—otra vez tú, te voy a...) el hombre
desagradecido se abalanzó sobre él. Pero, de repente, entra el sheriff: —Usted
no hará nada, mire esto— dijo el sheriff mostrando su estrella que, símbolo de
la ley y el orden, parecía tener luz propia.
—¡Quién es
éste?— dijo luego el sheriff, refiriéndose al bandido, que aún estaba atontado
por el ¡CRACH! golpe del taburete.
—Un ladrón, le
capturé yo— dijo, mintiendo, el desagradecido.
—¡MALDICIÓN!—
gritó el joven— le capturé yo.
—¿Quién le
capturó camarero?
—Le capturó el
chico— dijo el camarero.
—Maldición—
pensó el desagradecido.
En esto el
bandido, que había vuelto en sí, propinó una patada aquí y un puñetazo allá
(¡EEE! ¡AG!) y salió del saloon corriendo: sin que los disparos (¡BANG, BANG!)
del desagradecido pudieran detenerle.
—Yo me encargaré
de él— dijo el sheriff.
El bandido va a
saltar al caballo pero el sheriff le persigue. Y el bandido: ¡JIE! ¡IIIIII!
El sheriff salta
al caballo. Y... ¡BANG!
Se inicia la
persecución. Pronto perseguido (bandido) y perseguidor (sheriff) han salido del
pueblo.
LE GUSTABAN (AL
NIÑO)
los telefilmes
del oeste como “Bonanza” (los héroes de la Ponderosa”) o “El virginiano”.
También le
gustaban (al niño) las películas del oeste como “La diligencia” o “La caravana
de Oregón”.
(A finales de
los 60 la televisión se había apoderado, hacía ya tiempo, de todos los
hogares).
Y, cómo no, al
niño le gustaban los tebeos del oeste (“El sheriff King”, por ejemplo).
Y, mientras
tenían lugar, en el pueblo, los acontecimientos que se acaban de narrar, por
esas fechas (año más o menos) pero en otro espacio y otro tiempo (que eran, a
la vez, el mismo espacio y el mismo tiempo):
El “boom”
juvenil, la moda, el “Seat 1.500” (precio 185.000 pts), la contaminación, la
violencia y la sangre (aquí y allí), las canciones (La, la, la) del festival de
Eurovisión, los ruidos, el hombre (Armstrong, Aldrin y Collins) en la luna, ...
Poco o nada
sabía el niño de todo esto.
Y el chico (el
que capturó al bandido: que luego escapó), y el sheriff: ¡Qué lejos del “boom”
juvenil!
Qué lejos las
diligencias del “Seat 1.500” (precio 185.000 pts).
Qué lejos los
inmensos, infinitos paisajes del Oeste, de la contaminación.
En cambio...
la violencia y
la sangre sí estaban allí: ¡Ag!
Pero el niño no
entendía, de verdad, lo que era la violencia y la sangre.
El niño no sabía
casi nada, pero algo intuía.
Entonces...
la infancia ¿qué
es?, ¿cuándo se celebra su fiesta?: Cada minuto, cada hora, cada día los niños
(cuando les dejan) la celebran, cada uno a su manera porque (el niño lo sabía)
no todos los niños son iguales.
CAPÍTULO TRES:
TRAS EL BANDIDO.
Y ahí estaban:
El bandido escapando y el sheriff (¡BANG! ¡BANG!) tras él.
Pero el bandido:
—Ahora va a ver, le haré uno de mis trucos.
Y éste es el
truco: El bandido tira tiros al suelo haciendo humo (Sí: en el viejo manuscrito
miniado se dice “humo”, en vez de “polvo”).
El caso es que
(humo o polvo) el bandido hizo su truco. Y el caballo del sheriff:
Iiiiiiiiiiii. Y el sheriff: ¡EEE! ¡booo! caballo ¡booo! (El truco había
asustado, no cabe duda, al caballo del sheriff):
POCO DESPUÉS...
—Se terminó el polvo, allí va el bandido.
¡JIE! ¡JIE!
Pero: —Je, je,
no creo que me alcance— piensa el bandido.
Y el sheriff:
—Alcanzaré a ese malvado y va a ver él.
Y luego: No le
veo, pero seguiré sus huellas.
Siguió sus
huellas y, aunque creía al bandido en la lejanía, estaba equivocado: pues, al
pasar junto a un gran árbol, no sabía que: —Cuando pase verá— pensó el bandido,
subido sobre una rama.
Y (¡Ahora
verás!) se lanzó sobre el que (sorpresa y gemido: ¡ag!) cabalgaba.
Y, entonces, una
dura escena de violencia (Sí, ¿ee? ¡Toma malvado! ¡Aaaaa!) tiene lugar: ¡Ug!
¡Puf! ¡Toma!
¡Toma y toma!:
El sheriff llevaba las de ganar. Pero el bandido: ¡Toma para que vuelva!
Y el sheriff:
¡Toma! ¡Ag!
Pero el bandido:
¡PLAF! ¡Ag!
Entonces el
sheriff quedó tumbado, en el suelo, y (ahora verás: TOMA: ag) el bandido le
golpeó, con la culata de su pistola, en la cabeza.
—Ja, ja, te
vencí maldito— dijo el bandido.
Y luego: Subiré
a coger el caballo.
Cogeré el
caballo y huiré. ¡JE, JE, JE!
Pero de repente:
Dos disparos (¡BANG! ¡BANG!) rompieron el silencio y ¡PLAF! cayó el bandido:
junto al sheriff que, con sus revólveres humeantes, dijo: —Para que vuelvas.
Y, después,
mientras se lo llevaba: —Ha llegado tu hora...
La gustaban, al
niño, las películas de John Wayne.
Arriba, a la
izquierda: John con su madre Mary.
A la derecha:
Una imagen tradicional del actor.
Abajo: Wayne
vencía en todas las peleas.
MAÑANA, LUNES
en la SALA
“WASHINGTON”:
El más célebre
cow-boy: John Wayne.
El sheriff más
turbulento: Robert Mitchum.
El western más
agresivo: EL DORADO.
Director: Howard Hawks.
TECHNICOLOR.
(Otra de las
facetas del actor: las películas bélicas).
¿Quién no
recuerda “LA DILIGENCIA” de John Ford?
UN AUTÉNTICO
“WESTERN” AMERICANO.
John Wayne
Rock Hudson en
LOS
INDESTRUCTIBLES.
Artista invitado:
Tony Aguilar.
PARA TODOS LOS
PÚBLICOS.
(Vale la pena
verla).
CAPÍTULO CUATRO:
¡BANDIDOS!
A algunas millas
de allí, en una cueva...
Unos hombres...
—Haremos una
charla.
—Bien, jefe.
—Dos de vosotros
robaréis el banco, y que se queden conmigo dos. Uno apuntará al banquero, y el
otro roba. Luego salís por la puerta pequeña.
—Sí, jefe.
—Ah, y que uno
se quede de centinela en la cueva, je, je.
Y... ¡Vamos
caballo! ¡Jie! ¡Jie!: Los dos bandidos parten al galope.
Y, mientras
cabalgan, uno le dice al otro: —Es por la tarde: no habrá mucha gente fuera de
las casas: estarán comiendo.
—Podremos robar
el banco con facilidad.
—¡Alto! Allí
está el pueblo.
Los bandidos
entraron en el pueblo (—Llegamos al pueblo) con las caras tapadas por los
pañuelos (—Iremos precavidos)
Era un pueblo
silencioso, de pequeñas casas de madera, tras las cuales podían verse las
montañas.
—Para, Bill,
aquí está el banco.
—¡BOOO!
Pero un hombre
grita ¡BANDIDOS!
¿¿¿???
¡Toma maldito,
nos estropeaste el plan!
El hombre había
sido alcanzado (¡BANG! ¡Ag!) por el disparo del bandido.
Pero este
disparo fue escuchado (Saldremos a ver...) por el sheriff y sus dos
ayudantes: —Saldremos a
ver qué fueron esos disparos.
Y los bandidos:
—Preocúpate en huir, no en disparar.
—¡Eee! ¡Huyen!
¡Persigámoslos!
—Sí, sheriff.
Y se inició
¡BANG! (el pueblo ya al fondo) la persecución.
Y... ¡BANG!
¡Ag!: Un ayudante del sheriff resultó herido.
—Encárgate de
él.
—Sí, sheriff.
Y así, el
sheriff continuó, solo, la persecución.
—Ahora verás,
amigo— dice el sheriff y, al galope de su caballo, sacando el lazo y (¡TOMA!)
manejándolo con gran habilidad... GGGRRR: Uno de los bandidos quedó atrapado
por el certero lazo y ¡AAA! cayó del caballo.
Acto seguido el
sheriff disparó y: ¡ag! alcanzó al otro bandido.
—Y ahora amigo—
dijo el sheriff —tú y tu compañero iréis a la cárcel.
El niño había
recibido, en el colegio, algunos consejos:
Ama a Dios.
Cumple fielmente su ley. Cuida tu vida de piedad.
Defiende la
verdad aunque te cueste sacrificio.
Preséntate
aseado.
La amistad o
aprovecha mucho o daña mucho.
Amigos y libros,
pocos y buenos.
Todo por amor y
nada por la fuerza.
Acostúmbrate a
respetar a los árboles.
No dejes nunca
un deber
sin cumplir.
CAPÍTULO CINCO:
MÁS BANDIDOS.
En la cueva...
La cueva:
sombras inquietantes y negras, como negro es el corazón (—sí, jefe) de los
bandidos.
—Id a ayudar a
los que fueron a robar el banco.
—Sí, jefe.
Y parten, al
galope, tres bandidos: —No creo que les haya ocurrido nada.
—Je, je.
Y... ¡Eeee!
¡MIRAD!
Y... ¡JE, JE!
sólo es uno: ahora verá.
—Iiiiiiiiiiii
¡BANG! ¡BANG!
¡Bandidos!— dice
el sheriff —yo me encargaré.
—Y tú aquí
(¡PLAF!: patada) quietecito: —ag— dice el que fuera (GGGRRR) atrapado por el
lazo.
Bajo una lluvia
de disparos (¡BANG! ¡BANG! ¡BANG!) el sheriff baja del caballo (¡BANG! ¡BANG!
¡BANG!) y trata de tranquilizarle con un ¡BOOOOOO!
Y luego:
—Correré a esconderme.
Y ya tras unas
rocas: —Aquí me esconderé (Las balas pasan rozando)
Pero ahora le
tocaba a él: ¡BANG!
¡Agg, mi
hombro!— dice el bandido.
Y continuó
(¡BANG! ¡BANG!: fuego y humo) el tiroteo, donde ocurrieron cosas como: Una bala
hizo volar un sombrero, un bandido esquivó (Je, je, je) un disparo, un bandido
(ag) fue alcanzado, ...
—¡Maldito— dijo
el último bandido—, sólo quedo yo!
Y, entonces, el
joven sheriff resultó alcanzado: en un brazo (el izquierdo).
Y el tiroteo
(¡BANG! ¡BANG!: fuego y humo) continuó.
Pero...
El disparo (—Se
oyen disparos) fue escuchado por nueve jinetes, no lejos de allí.
Nueve jinetes
que eran nueve bandidos.
Y: —¡Eeeh!
vienen nueve jinetes— dice el sheriff.
Y pronto se da
cuenta (—Vienen hacia mí) de que eran nueve bandidos: al galope estruendoso de
sus caballos.
¡Demasiados
jinetes para poder hacerles frente!: Un disparo hace blanco en el joven
sheriff.
—¡Buen trabajo!—
dice un bandido.
Mas de repente:
otra sorpresa: un disparo alcanzó a un bandido: dos jinetes (¡BANG! ¡BANG!)
bajaban disparando por la montaña: ¿Quiénes eran? la respuesta nos la dará uno
de los bandidos: —¡Es el sheriff! y uno
de sus empleados sólo son dos fuego contra ellos!
El sheriff: no
el joven sheriff herido, claro (el de rostro afeitado) sino otro sheriff de
gran bigote que, mientras bajaba por la montaña, al galope de su caballo,
decía: —¡Vamos, fuego!
El sheriff del
bigote se detuvo (¡BOOOO!) junto al joven sheriff herido:
—Está muy
herido, le pondré una venda... Ya está.
Y continuó
(¡BANG! ¡BANG! fuego y humo: —Vamos, todos al ataque el jefe me mandó que yo
fuera el jefe de vosotros( el tiroteo, donde ocurrieron cosas como:
El empleado del
sheriff fue herido, un bandido fue herido, otro bandido fue herido, y otro, ...
—Será mejor que
vaya a avisar al jefe— dijo uno.
Y el joven
sheriff, que ya se había repuesto, montando sobre el caballo del sheriff del
gran bigote: —Le perseguiré.
Y, mientras el
joven sheriff se alejaba, en persecución del otro, el bigotudo sheriff gritó:
—Vuelve, estúpido, deja mi caballo.
Salamanca 23
octubre 1969
Todo por amor y
nada por la fuerza.
CAPÍTULO SEIS:
EL FIN DE LA AVENTURA.
Poco después...
Ya se ve la
cueva— dijo el bandido, sin sospechar que, cerca de él, el joven sheriff: —Ya
te tengo.
Y: —¡Quieto
amigo!: el sheriff se lanza sobre el otro.
—¿Cómo es que un
niño ha querido meterse conmigo?
—Soy el sheriff,
queda detenido.
—No tan pronto
(¡PLAF! ¡AAH!)
—Ja, ja, ja, se
lo advertí.
El sheriff había
quedado sin sentido, y el bandido dijo: —Me lo llevaré preso.
Mientras,
continuaba el tiroteo: el sheriff bigotudo contra todos los bandidos.
—Ve al pueblo
más cercano en tu caballo— ordenó el sheriff de bigote a su empleado herido. —Sí.
—Yo te cubriré.
Un bandido es
derribado y, casi al instante, otro se lanza sobre el sheriff, con un puñal.
—¡Ja, ja, ja, ahora vas a morir!
Pero: —¡Toma
maldito!
—¡Aag!
—Te arrepentirás
de esto— dijo el bandido, desenfundando su revólver.
—¿eeeh?
¡BANG! ¡BANG!
Y luego, acto
seguido: ¡BANG! ¡ag!
El sheriff del
bigote había acabado con todos.
Poco después:
Seguiré las
huellas del sheriff en uno de los caballos de los bandidos.
Y se pone a
seguir las huellas.
Y: Las huellas
van hacia aquella cueva.
¡La cueva de los
bandidos!
Encuentra, a la
puerta de la cueva, a dos bandidos: charlando entre sí:
—Hum, ya sólo
quedamos dos y el jefe. —Sí.
—¡Pero ya no
habrá sheriff!— dice uno de repente, disparando ¡BANG! con gran rapidez.
Pero el disparo
no acertó al sheriff y éste (¡BANG! ¡BANG!) acabó con los dos bandidos.
Y el bigotudo,
ni corto ni perezoso, entró en la cueva:
—Buscaré al
jefe.
Pero el jefe
estaba a su espalda:
—¡Alto ahí!—
¡Eeeeh!
Y todo sucede
rápidamente: Con gran rapidez (acto reflejo) se volvió el sheriff: su revólver
llameó: iluminó las tinieblas: resonó el disparo en la cueva.
Luego: —El jefe
ha muerto— dijo el sheriff.
Y, entonces,
alguien le llamó: —¡Sheriff!
—Es el sheriff—
dijo el sheriff—, te desataré.
(Pues allí
estaba, atado, el joven sheriff).
Poco después,
afuera:
Sheriff— dijo el
joven sheriff—, iré a buscar mi caballo.
—Sí, mientras
monta en éste que cogí de un bandido.
—Bien.
—¿Eeeh? Vienen
jinetes.
En efecto:
jinetes se acercaban, levantando una nube de polvo.
—¿Quiénes son?
—Uno de sus hombres
vino herido y dijo que viniéramos en su ayuda.
—Ya no
necesitamos ayuda— contestó el sheriff del bigote.
Y el joven
sheriff: —Yo me voy a buscar mi caballo.
Grandes
aventuras juveniles.
20 PTS
En 32 atractivas
páginas a todo color.
Títulos publicados
y de próxima aparición:
EL SHERIFF KING.
Disparos en la
frontera.
La amenaza del
“Dragón”.
El tren
desaparecido.
Cargamento
disputado.
Y SIETE:
Minutos después
vuelve.
—¿Encontraste tu
caballo?— preguntó el sheriff del bigote.
—Sí— contestó el
joven— pero estaba muerto: una de las balas debió alcanzarle.
—Vamos al
pueblo— respondió el del bigote—, y a ver si aprendes de una vez a no ser
estúpido.
Y aquí termina
nuestra última novela.
THE END.