DEL AMOR VICTORIOSO
(MUERTE Y RESURRECCIÓN DE KENRIDE KEISER)
NOVELA
Por Pedro Fernández Cuesta
Por Pedro Fernández Cuesta
1. UN DÍA…
«Un día» dijo Natalia, «Ken me habló de Osiris».
Soñé con Hermes, que portaba los atributos de Thot.
Y con Osiris, que portaba los atributos de Hermes.
Y con el Árbol de la Ciencia.
2. El testimonio de César Cabrera
Hoz, periodista (I)
─ Usted, señor Cabrera, conoció personalmente a Kenride Keiser; ¿qué
puede decirnos de él?
─ Estaba loco.
─ ¡Loco!
─ Sí, total y absolutamente loco.
3. El testimonio de Ester
─ Recuerdo ─dijo Ester─ que por una pequeña broma que César, un tío
majísimo, le hizo a Natalia, la novia de Keiser, éste…
¡PAFF! ¡OW!
─ Se me hace difícil imaginar, si he de ser sincero, al arqueólogo
Keiser, al que tuve el placer de conocer personalmente…
4. El testimonio de César Cabrera
Hoz, periodista (II)
─ ¿Eminente arqueólogo?, ¡por favor!, a Kenride Keiser ni siquiera se le
puede llamar arqueólogo ─farfulló César Cabrera; para luego, tras una forzada
carcajada, añadir:
─ Por favor, seamos serios.
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Hoy, viernes 15 de octubre, en la librería Quevedo, Kenride Keiser
firmará ejemplares de su último libro, ¿ARQUEOLOGÍA?
6. Librería Quevedo. Novedades
¿ARQUEOLOGÍA? Tapa blanda
De Kenride Keiser (Autor)
Fecha de lanzamiento: L 10/10/1974
Editorial Arnaldo Montenegro
Ensayo (Arqueología, mitología, filosofía)
100 pts.
7. El testimonio de Kenride Keiser
─ No sé si estará al tanto, señor Keiser, de las acusaciones que César
Cabrera, a través de este programa de radio, ha lanzado a las ondas contra
usted.
─ Reinas sobre todo lo sepulto ─contestó Keiser.
─ ¿Perdón?
─ Nada, nada…
(Kenride Keiser pensaba en un poema, con el que había soñado el otro día)
8. Siempre sueñas con poemas
─ Siempre sueñas con poemas, Ken ─dijo Natalia.
Otoño. Natalia y Ken paseaban por el bulevar. Las hojas caídas
alfombraban el viejo paseo.
─ Bueno… no sé si son poemas o invocaciones… el caso es que, al
despertar, sólo puedo recordar fragmentos… sólo fragmentos ─dijo Ken.
9. Osiris (primera estrofa)
Reinas sobre todo lo sepulto;
en tu reino se precipitan las sombras
sobre las sombras;
los muertos caminan a tientas
por las negras estancias
de tu palacio,
bajo la tierra
sumergido en lágrimas.
10. Eres un poeta nocturno
─ Eres un poeta nocturno, Ken ─dijo Natalia sonriendo.
Otoño. Natalia y Ken paseaban por el bulevar. Las hojas caídas
alfombraban el viejo paseo.
─ El poeta no soy yo. Yo no escribo esos poemas, ni siquiera consigo
recordarlos.
─ ¿Y quién es el autor? ─preguntó Natalia sonriendo.
─ Eres hermosa, Natalia ─dijo Ken; y luego, después de besar a la joven
en los labios, contestó a la pregunta que ésta había formulado: ─ El autor es
nuestro creador.
─ ¿Dios?
─ No, Dios no; yo hablo de un ser humano en otro nivel de realidad; del
creador de una ficción de la que tú y yo somos personajes.
─ No sé si me convence la teoría ─dijo Natalia, divertida, con una
irónica sonrisa.
11. Osiris (segunda estrofa)
Las lágrimas de tu hermana
beben los difuntos;
y así, fortalecidos
por tan dulce néctar,
abandonan sus tumbas
y, como poseídos por una
alegría insólita,
se pasean por los viejos
bulevares
cual artistas holgazanes.
12. ─ No es necesario
descender a ninguna parte para llegar al infierno, pues bastan los
periódicos y la televisión para comprobar que…
13. EL INFIERNO ESTÁ AQUÍ
─dijo Ken.
Otoño. Natalia y Ken paseaban por el bulevar. Las hojas caídas
alfombraban el viejo paseo.
14. EL CIELO ESTÁ AQUÍ
─No es necesario ─replicó Natalia─ ascender a ninguna parte para llegar
al cielo, pues basta el otoño, este viejo bulevar alfombrado de hojas doradas…
tú y yo.
15. Ken permaneció unos segundos en
silencio;
Después contestó con una frase que (como luego reconoció) ni él mismo
entendía:
─Hay muchas formas y una sola forma de descuartizar una lira de Orfeo,
pero…
16. Lira
Serpiente espiral. Amor de Orfeo. Eva. Natalia, que despertó y calmó en
Kenride Keiser arrebatos, fuegos o tempestades; ensordeciéndole a los satánicos
cantos de las sirenas; dulcificándole y fortaleciéndole con una sonoridad
nueva.
17. Como se inclina el creyente
Ante un políptico sacro: ¡Mira!
En el centro, enmarcado con un corazón, como un icono hierático, el
rostro frontal de Natalia: ¡RESPLANDECIENTE! A derecha e izquierda, coreografía
de flores; nubes místicas.
Y un bolso (a la izquierda) con estampado de espirales.
Y (a la derecha de la venerada) un gran zapato femenino de tacón alto,
cual fetiche esplendente.
18. UN GRAN ZAPATO
Fue la obra que más atrajo la atención de Natalia (Había acudido con Ken
a la macroexposición de arte contemporáneo). Se trataba de una escultura
policromada de más de dos metros de altura.
─Si algún día ─bromeó Natalia─ los arqueólogos tuvieran que juzgar
nuestra época por este zapato… ¡pensarían que éramos unos gigantes!
─O tal vez pensarían que éramos unos adoradores del kitsch… ¡y
acertarían! ─conjeturó Ken.
─En cualquier caso ─argumentó Natalia─ esta escultura acabará en la
mansión de algún millonario fetichista.
19. ECOS DE SOCIEDAD
A la derecha: Natalia Morel Vidal, la famosa modelo y actriz, y el arqueólogo
y escritor Kenride Keiser, contemplan una curiosa escultura, que representa un
gran zapato femenino de tacón alto, en su visita a la macroexposición de arte
contemporáneo
20. Osiris (tercera estrofa)
Pero a ti, que ya no puedes creer
ni en lo visible ni en lo invisible;
a ti, merodeador de ruinas,
profanador de restos,
coleccionista de cachivaches…
¿quién te resucitará de entre los muertos?
21. Del diario de Kenride Keiser.
Soñé con un largo poema, ¿o tendría que decir invocación?, pero lo he
olvidado casi completamente. Recuerdo que estaba dedicado a Osiris, y se
dividía en tres estrofas. A continuación escribo lo único que, a duras penas,
he podido recordar del poema.
Osiris.
Reinas sobre todo lo sepulto;
En tu reino (…)
Las lágrimas de tu hermana
Beben (¿los muertos?)
(…)
Cual artistas (¿bohemios?)
Pero a ti, que ya no puedes creer
Ni en lo visible ni en lo invisible…
… merodeador…
… profanador…
… coleccionista…
¿quién… (…)
(¿de los muertos?)
22. Ya sabemos
que César Cabrera contestó diciendo que Kenride Keiser estaba loco. Luego
tenemos la declaración de Ester, que calificó a César de «un tío majísimo», y
explicó que la reacción violenta de Kenride Keiser fue desproporcionada, pues
respondía a «una pequeña broma». En cuanto al testimonio del propio Keiser,
decir que su aportación para el esclarecimiento del suceso fue nula, ya que el
joven arqueólogo contestó con evasivas, o, más aún, dio respuestas que en
absoluto parecían responder a las preguntas. Más de un radioyente ha estimado,
y yo estoy totalmente de acuerdo, que la única intención del señor Keiser fue
la de tomarnos el pelo. Siento decir esto, porque yo tenía una elevada opinión
del señor Keiser, pero ahora…
23. Pero…
¿Qué sucedió realmente?
Fue hace años, cuando todos ellos estudiaban en la universidad.
César y Ester estudiaban periodismo.
Natalia era estudiante de arte dramático.
Kenride estudiaba arqueología.
Los cuatro, y algunos más, formaban entonces algo más que una pandilla de
amigos: «el grupo».
Dicen que, ya entonces, Natalia pasaba más tiempo en los escenarios y en
las pasarelas que en las aulas.
24. ─ ¡Estás loco, Ken!
─gritó Ester─ ¿por qué le has pegado a César?, sólo estaba bromeando.
─Vale ─dijo Natalia tratando de tranquilizar a Ester─, de acuerdo, era
una broma… ¡pero de muy mal gusto, chica, reconócelo!
─ ¡Mira, Natalia, te has echado un novio que es un asco, y algún día te
vas a arrepentir! ─gritó Ester.
25. ¡Cuánto tiempo, César!
Ella caminaba por el bulevar cuando…
─Juraría que aquel que viene por allí es César ─pensó Ester.
En efecto, era César.
Era primavera.
─ ¡Cuánto tiempo, César!
Hacía ya un año que, en aquel programa de radio, César, que había acudido
para otro asunto, acabó hablando mal del que, hacía tanto tiempo, había sido su
amigo, en los tiempos de la universidad: Kenride Keiser. Se creó una
radiofónica polémica en torno al muy popular arqueólogo Keiser (popular por
haber presentado, en la televisión, un programa de carácter divulgativo sobre
arqueología). Ester fue entonces llamada a aquel programa de radio, para
aportar su testimonio. Es decir, César y Ester estuvieron en el mismo programa
radiofónico; y ambos despotricaron allí contra Kenride, pero en días distintos.
No llegaron a verse.
Ahora, por casualidad, se encontraban en el bulevar.
─ Pensar que estuvimos hablando mal de Ken en la radio ─se lamentó Ester─
y ahora…
─ Pero, ¿qué se sabe? ─preguntó César.
─ No se sabe nada… pero todo el mundo le da por muerto ─dijo Ester.
─ Bueno… no hay que perder la esperanza…
─ ¿Te das cuenta?, estuvimos hablando mal de él en la radio, ensuciando
su nombre por algo que había pasado hace tanto tiempo, cuando éramos unos
críos…
─ Tranquilízate, Ester; además no éramos tan críos… yo y Ken estábamos en
quinto de carrera; y yo, encima, había repetido dos cursos, o sea que…
Ester no dijo nada; se limitó a guardar silencio, con la mirada baja.
─Ánimo Ester ─dijo César, cogiéndola cariñosamente por los hombros y
zarandeándola ligeramente, como hacía en los viejos tiempos universitarios. Y
luego, queriendo cambiar de tema: ─¿Recuerdas nuestro antiguo lema? ¡Mejor
ramera libre que…!
─ Ya no me hace ninguna gracia ese estúpido lema; me parece de muy mal
gusto ─interrumpió Ester.
─ No te pongas así, chica.
─ El otro día estuve hablando con Natalia. Fui a verla, ¿sabes?; y te
aseguro, César, que estaba completamente destrozada.
─ Ánimo, Ester; ese cabrito de Ken aparecerá cuando menos te lo esperes,
sano y salvo. Y yo seré el primero en ir a darle un abrazo.
─ ¿Hablas en serio, César?
─ Claro, iré a darle un abrazo y le diré: «Mira, Ken, ¿sabes qué te digo?
¡que me merecía el puñetazo que me diste!; anda, ¡dame otro!»
Entonces Ester, con los ojos inundados de lágrimas, abrazó a César.
─ Vamos, vamos, chica… arriba ese ánimo… recuerda nuestro grito de
guerra: ¡mejor ramera libre que… perdón, perdón, lo siento, no he dicho nada!
(─ Sí, mejor no digas nada ─pensó Ester─ porque seguro que muchas monjas
enclaustradas han sido mucho más felices que tú y que yo)
26. El descenso a los infiernos de
Kenride Keiser
El recuerdo de un nombre como siete letras de luz (NATALIA) en medio del
sufrimiento en el abismo de espinas sombras como coronas amargas: POR
INFERNALES REGIONES aguas detenidas sobre el cieno POZOS DE LODO Y CORRUPCIÓN
vegetación monstruosa TINIEBLA, OSCURIDAD, LLUVIA y NUBES que luchan contra la
Luz Ra como Lucifer Satanás lucha contra CRISTO LUZ DEL MUNDO que descendió a
los infiernos AL LIMBO asiendo, con manos heridas por los clavos, su estandarte
SU CRUZ sangre sobre la nieve MIRA CÓMO ACUDEN A SU LLAMADA Adán, Abel, Moisés,
David, el Bautista, el ladrón arrepentido… MIRA cómo los demonios huyen, se
internan en la tiniebla a través de lagunas de cocodrilos, bajo la mirada del
leopardo, la hiena, el mandril o la serpiente. Cómo se desintegran en caótico bullir
de miríadas de insectos, para transmutarse luego en escorpiones y tarántulas.
Ambiente malsano de desmedida humedad y calor desmedido: SELVA por la que
Kenride Keiser desfallece que es la REGIÓN ROJA DE SETH, EL GENIO OPRESOR no
sólo del desierto, sino de todo lugar donde el mal habite. Porque aunque dicen,
Seth, que como animal del desierto te extinguiste, vivo continúas en todas las
destrucciones: guerras o enfermedades, incendios o tornados o DISENTERÍA y
FIEBRE EN ESTA SELVA CEMENTERIO EXCESIVAMENTE HÚMEDA. Tú eres, VENCIDO POR LA
MÚSICA DE ORFEO, el venenoso PERRO MONSTRUO de tres, de cincuenta cabezas y
cola de serpiente (Mira: otras muchas serpientes nacen de tu lomo). Tú, en
cambio, hierático Osiris (genio del mundo subterráneo, de múltiples ojos como
apocalíptico cordero, que te paseas también por el infierno), tú, en cambio,
aunque eres negro como la muerte eres también verde como la resurrección ERES
UN TEMPLO RECONSTRUIDO. MIRA: María Magdalena encontró el sepulcro vacío.
Pensaba que habían robado el cuerpo de Jesús, pero, aunque al principio no le
reconoció (creía que era el jardinero) ÉL ESTABA AHÍ, y con la RESURRECCIÓN
renacía la esperanza, como esa esperanza de siete letras para ken: NATALIA.
27. Osiris (poema completo)
Reinas sobre todo lo sepulto;
en tu reino se precipitan las sombras
sobre las sombras;
los muertos caminan a tientas
por las negras estancias
de tu palacio,
bajo la tierra
sumergido en lágrimas.
Las lágrimas de tu hermana
beben los difuntos;
y así, fortalecidos
por tan dulce néctar,
abandonan sus tumbas
y, como poseídos por una
alegría insólita,
se pasean por los viejos
bulevares
cual artistas holgazanes.
Pero a ti, que ya no puedes creer
ni en lo visible ni en lo invisible;
a ti, merodeador de ruinas,
profanador de restos,
coleccionista de cachivaches…
¿quién te resucitará de entre los muertos?
28. El amor
El amor
es un ángel oscuro;
un mensajero extraño
que estremece las más duras murallas;
el cual, con sus purpúreas llamas,
purifica el podrido féretro
de la soledad
y el miedo.
Dioses gélidos
absortos
se bañan
en el oscuro lago,
al atardecer.
El aliento de Osiris
es un vapor terrible.
La luna febril
colorea con su plata
los sagrados olores
del campo
nocturno.
En la tormenta
se enlazan
nuestros pensamientos,
como trenzas.
Tus labios
esclavizan
el bramido
salvaje
de mi angustia.
En el bosque
encontraron
signos febriles.
29. El cielo
Yo, Kenride Keiser,
arqueólogo,
ahora que camino hacia la muerte
(a través de esta selva,
de este infierno)…
ahora que ya es demasiado tarde,
sólo ahora sé, veo, comprendo:
¡Oh, Natalia, qué razón tenías!
porque el otoño era el cielo,
y el viejo bulevar, alfombrado de hojas
doradas.
Pero sobre todo… tú.
Tú, Natalia:
¡Mi Cielo en la tierra!
30. NO PIERDAS LA FE, KENRIDE KEISER
Confía, oh Ken Orfeo, en la desbordante música que sobrepasa los límites
de los espacios y se ahonda en las inmensidades y se eleva a los más altos
recintos; en la música que es llave y palabra y jeroglífico que con restos
diseminados de ruinas reconstruye alaridos como altares nuevos, como herméticas
oraciones que, sin explicar nada, con su redentor lenguaje tenebroso, todo
iluminan.
31. Imitación de Cristo
Ken como Cristo sufriente en el abismo de espinas sonoras como coronas amargas
(por infernales regiones) y, en medio de tanto sufrimiento, el recuerdo de un
nombre como…
32. SIETE LETRAS DE LUZ:
NATALIA
33. Regreso al pasado
Al llegar a la puerta de la ermita y liberarse del peso de las mochilas,
Natalia y Ken se sienten extrañamente ligeros, aliviados aunque fatigados y
doloridos, especialmente los hombros. Ken saca, del bolsillo de atrás de su
pantalón, su deteriorado librito de Lao Tse y, abriéndolo al azar, lee en alto
una de sus máximas. Natalia sonríe. Luego rezan en el interior del santuario.
Desde su secreto observatorio, sin ser visto, el ermitaño les contempla. Cuando
salen admiran, en silencio fervoroso, el paisaje: las montañas, los árboles,
los pájaros… y piensan que en momentos así es fácil creer en Dios. Después
comen algo, agotando casi todas sus provisiones. No importa, pues el pueblo,
por las señas que les dieron, ya debe quedar muy cerca.
34. La ciudad en invierno (aún no
eran novios)
El crispado entrecejo de Ken da a conocer su tormenta interior. Bajo sus
botas cruje la nieve. Blancos copos se posan sobre sus negros cabellos en
desorden, sobre sus hombros, sobre su grueso abrigo. Un abrigo largo, de color
negro, en cuyos bolsillos resguarda sus manos del intenso frío invernal, del
frío aire que, al ser respirado, transforma su aliento en vaporosa nube.
Alguien grita a su espalda, con dulce voz: «¡Ken!». Ken se vuelve. Es Natalia
la que se muestra ante sus ojos. Sorpresa. Tiene un aspecto algo cambiado, tal
vez un aspecto menos infantil. Pero es la Natalia de siempre, no cabe duda: un
cálido contrapunto en el día de invierno. Entonces el crispado entrecejo de Ken
se relaja, como reflejo de una tormenta interior que ya amaina.
34. Ahora que no hay futuro,
ahora que nítidamente veo, frente a mí, el rostro de la muerte, su
afilada guadaña… Ahora los recuerdos felices se hacen también más nítidos. Qué
hermoso cuando tú y yo rezábamos juntos, Natalia, en aquella ermita en el
campo, en la vieja catedral… la vieja y sublime catedral…
35. Alta es tu belleza,
como tus altas torres
que hacia altos abismos se precipitan:
altos chapiteles del edén nostálgicos.
Tú, catedral. Pináculos que
(titánicos gigantes o balbucientes niños,
Según se mire)
Ascienden a lo alto
Transidos por una ilusión
(no por infantil falsa: al contrario):
alcanzar un paraíso donde entregar,
a manos cálidas,
las tristes plegarias que tu interior
(penumbra que bebe la luz)
condensa
(Pasados, presentes,
tal vez futuros,
habitan el éter
que tu geometría
contiene: ¡tantos rezos!)
de los locos píos
que, bajo tus maternales bóvedas,
a resguardo del venenoso mundo,
borran amarguras
(juntas las manos)
con tu embriagador cáliz de olvido.
Mas, ¿qué se esconde, catedral
(inmensos son tus secretos),
en tus negros rincones?
Tus negros rincones no sé si tibios
o gélidos pues,
a ellos,
¿quién osaría acercarse?
36. Todos aquellos poemas
que soñé (poeta nocturno me llamaste,
Natalia), aquellos que, al despertar,
apenas podía recordar,
ahora, en este terrible trance,
con nítida claridad acuden
a mi memoria,
como si alguien me los dictara:
¿el autor?
Mas, si sólo soy un personaje de ficción,
¿cómo puedo albergar tanto dolor,
Cómo puedo sufrir tanto?
37. Angustia. Desesperación.
─Si al menos nevara en este terrible infierno…
─piensa Ken─ Oh, si al menos nevara…
38. La respuesta
Las ninfas se desprenden de las nubes;
las muy pequeñas deidades buscan el bosque,
su otra morada
(han viajado en nubes de morada a morada)
y blanquean
(ya casi nihilista de tanta soledad
selvática, de tanta nigromancia sin respuesta)
el alma nigérrima del ermitaño.
Con un pañuelo (emocionado está)
las lágrimas se seca:
«Al fin me das, Señor, una respuesta.»
39. Un milagro
─¡Un milagro! ─piensa Ken─
¿No podía suceder un milagro?
40. Jesús camina sobre las aguas
Como algo soñado que despierta temor
camina en la noche.
El fuerte viento alborota sus cabellos
y el mar.
Enmudecen los pescadores.
Áurea belleza inquietante
que embelesa
contemplan mudos
del que camina,
cual espíritu ingrávido,
sobre la danza húmeda de las olas.
«Soy yo, no temáis»
«Sube, maestro»
Y de pronto ya están
en la ribera.
41. ¡Oh, la vida!
Extenuado, después de tanta lucha (la selva en torno) Ken se rinde.
Lanza, con su últimas fuerzas, un grito terrible: «¡Oh, la vida!»
Luego cae de rodillas: «Oh, Natalia…», murmura quedo, como pronunciando
su última oración.
Y se desploma.
42. LA VIDA (I)
Pálida, débil,
fantasmal, silente,
herida por criminal,
turbia, tibia, pútrida,
ebria, inquietante
pero dulce
(insegura)
brutal luz (oscuridad)
LA VIDA: TÚ.
Oscuridad (luz soñada,
querida en cada tarde,
cada vez que,
cual música de órgano,
resonaba un viento
que olía a incienso,
a iglesia,
a incienso de iglesia.
Un viento purpúreo que,
como una recién sacrificada bestia,
sangraba:
Y era, también,
(luz y oscuridad soñada)
LA VIDA,
SÓLO LA VIDA:
SÓLO YO.
43. LA VIDA (II)
En los cristales de los escaparates (revolviéndose impetuosa) se
reflejaba: la calle. Amalgama de sensaciones fugaces. Quietud e inquietud,
espejismo en mudanza, rapsodia bulliciosa de sensaciones: la vida. Superpuesta,
en ráfagas fugaces, sobre los quietos objetos.
44. LA VIDA (III)
Fiesta deleznable: Apretujados en un espacio opresivo (segregando sudor)
los ligeros o torpes (abolido el diálogo, solidificada el alma) intercambiaban
soeces movimientos corporales, gestos simiescos o necias palabras (gritadas
para los oídos sordos). En el envolvente estruendo del ruido musical: cuadro
digno de lástima. O buscando ocasiones rastreras (¡Ahora!) para el anhelado
tacto (¡Ah, el anhelado tacto!). Natalia y Ken estaban allí, pero… ¿qué diablos
hacían allí? Se miraron con intención. Y abandonaron aquel antro.
45. WESTERN
Cargando a Jane (interpretada por Natalia Morel Vidal) en sus fuertes
brazos, George (Joab Grey) corrió hacia el pueblo fantasma. Mientras, el
forastero (Neftalí Constant), que había comenzado a disparar contra los
bandidos, cubrió su retirada. Entenebrecíase ya el paisaje, en la tarde
crepuscular. Por eso, cuando George y la desvanecida Jane entraron en el pueblo
deshabitado, aquel lugar, inundado de sombras, presentaba un aspecto lóbrego.
Cuidadosamente dejó a la muchacha, que parecía dormida, un momento sobre el
suelo, para descansar sus brazos y coger aliento. Vio entonces, ante él, la
larga calle sombría. El revoloteo de los negros murciélagos. Atrás resonaban
los disparos: el forastero se batía con los bandidos. Ahora, George debía
buscar una casa, sólida, en que poder refugiarse con ella, su querida Jane. Los
párpados le pesaban, pues llevaba casi tres días venciendo al sueño. Su corazón
latía apresuradamente, y un helado sudor recorría su rostro, empapaba sus
revueltos cabellos. En su cuerpo sentía escalofríos febriles. El viento hacía
crujir viejas maderas. Qué terrible hubiera sido, pensó George, perecer, junto
a su hermana, a manos de los asesinos de sus padres. Y qué cercana había
sentido a ellos la muerte, estos últimos días. Entonces empezó a llover.
46. Allí tumbado: Kenride Keiser
Cree morir. Y entonces le es dictado el que piensa es su último poema
nocturno:
Mi alma encierra lamentos remotos.
Gritos de espanto envuelven el mundo,
como una costra venenosa:
que las lágrimas de Dios no pueden disolver.
El rencor retumba en las almas invernales.
Los ebrios espíritus infernales flamean,
como fogatas lujuriosas.
Humildemente el paisaje agoniza,
sepultado por la lúgubre noche.
Muchísimas gracias por las nubes.
47. Un recuerdo
En las ramas desnudas las hojas moribundas, purpúreas o doradas, en la
gélida tarde otoñal.
Melancolía de una callejuela tantas veces recorrida. Melancolía de una
paz moribunda, de unas ancianas casas de enfermizas fachadas: de un blanco
sucio, como de nieve manchada. Y la brisa helada en el rostro del caminante:
Kenride Keiser, que lentamente avanza. Como, en el viento, lentamente se
balancean las hojas, en su pausada caída. Y a su paso, bajo sus pies, el crujir
seco (purpúreo o dorado) de las moribundas. Una ebriedad espiritual,
crepuscular, envenena el alma de Keiser. Despierta tristes silencios en su
memoria. Recuerdos oscuros resucitados, sólo sentidos como un vago acorde de
colores, una vaga melodía. O un suave aroma. Quizá sean ecos de la infancia, o
quizá el corazón suspira por más recientes ecos: NATALIA. Y así, caminando por
aquella callejuela, Kenride Keiser camina por un estado de ánimo, pues avanza
por su alma sendero fachada brisa hoja moribunda (purpúrea o dorada) o desnuda
rama. O silentes transeúntes que,
religiosamente, sin prisa avanzan, como penitentes. O un rostro tras la ventana
de la casa. O, de las chimeneas, el humo lívido. O la valla que parece
encerrar, tras sus maderas despintadas, por el tiempo consumidas, un olvidado
misterio. «¡Qué calma!» piensa Ken. En la calleja melancólica.
48. Otro recuerdo
Una tarde de junio, Natalia y sus hermanas danzaban. Abrazadas giraban.
La brisa acariciaba las flores, aspiraba su aroma, y luego lo exhalaba, como
fresco aliento, por todo el campo. Perfumándolo todo. Y el alma ansiosa de las
jóvenes se alocaba, como el ritmo palpitante de sus corazones, como sus pies,
como sus cabellos, como las mariposas que, en derredor, se congregaban:
poniendo, con la caótica pureza de sus etéreos movimientos, un dulce
contrapunto. Danzaban en la tarde de junio las tres hermanas, y el sol (aún
lejos del crepúsculo) encendía los vivos colores de sus vestidos. Y su alegría
enamoraba al joven Kenride Keiser, que allí embelesado las contemplaba. Pero,
de las tres hermanas, NATALIA. «Yo, Kenride Keiser, prometo serte fiel en las
alegrías y en las penas; pero, por ahora, ni siquiera sabes que te amo», pensó
Ken. Mientras el sol ardía como las flores, como los labios entreabiertos de
las danzantes, como su febril juventud, como la ufana plenitud de sus esbeltos
cuerpos altaneros, bajo los largos vestidos vaporosos.
49. Dios mío,
Si Ken aparece, si regresa a mí, no volverá a quejarme de nada mientras
viva.
50. Otro recuerdo (éste, de Natalia)
Un aroma en la tarde mortecina, tibio y pútrido, turbaba la hora
crepuscular. Entre sombras siniestras veíanse, como difuntos resucitados, los
seres humanos del suburbio. Como zombis que acababan de dejar su tumba: Una
muchacha, de mirada anciana y negras ojeras en su pálido rostro, abrazaba al
niño mientras, inexpresiva, hablaba con una ruinosa anciana, de mirada
infantil. Hombres lascivos y blasfemos, sucios como su corazón mugriento, se
apoyaban en un muro decrépito. Y los niños greñosos prematuramente endurecidos,
fijando en ella su mirada atónita. Niños crueles jugando con un pájaro muerto
del que habían sido, muy probablemente, sus verdugos. Natalia rezó una oración
por los pequeños niños, predestinados a una vida oscura, invernal. Y por todos
los seres humanos del suburbio. Pero, pese a inspirar en ella lástima, estos
seres difuntos, ruinosos, lascivos, blasfemos, sucios, greñosos y endurecidos
parecían tener, sobre ella, una ventaja: no sentían, como ella (y no sólo
ahora, sino siempre o, al menos, casi siempre, a pesar de su fingido
optimismo), miedo. Un miedo que la cercaba, aislándola. Y ¿protegiéndola?
«Tienes razón, Ken, el infierno está aquí», pensó Natalia.
51. ORFEO ANTES Y DESPUÉS DEL
INFIERNO
Sale el sol, y su belleza
resucita su agonía,
pues la noche ya no enfría,
sombría,
la herida de su alma
que arde, ahora,
sufriente y destruida,
ya sin calma.
Estridente,
quiebra el astro su mente,
aviva su tristeza.
Su demente centelleo
le hace reo
de un deseo:
En el hades espectral,
donde mora el ideal
amor ido (que sin mal
alumbra)
buscar penumbra.
52. PERO…
¿Hubo un caos?
¿Hay un caos?
Puesto que el caos es ser,
y en todo ser habita la determinación,
puede que aquel antiguo caos
sea el ahora, el aquí.
Aquí, ahora, habita la determinación
(torpes esbozos: formas acabadas
o en un grado considerable de acabado).
Y si el infierno no es un resto de caos,
sino su esencia,
entonces el infierno no sería sino las más
densa parte del infierno.
El infierno está, allí donde hay conciencia
sin felicidad, más nítidamente vivo
(Luego una más consciente construcción
no hace sino avivar sus llamas).
Pero, ¿y los ángeles?
Extraterrestres son,
pero, ¿y qué?
Aun los buenos, los que no cayeron,
albergan imágenes infernales
en su mente.
¿Y no sufre Él por los males del mundo?
El mundo es un caos.
El caos es un mundo.
53. OVILLEJO
Quien respuesta del que Impera
espera
esperará, con empeño,
un sueño:
que en algún lugar más puro
(futuro)
ya no existirá lo oscuro
que, del mundo, es la maldad
que lucha con la bondad
que espera un sueño futuro.
54. ¡NATALIA!
APLAUSOS,
BRAVOS,
LAURELES.
El agradecimiento
por los aplausos,
por los bravos,
por los laureles.
UNA GALA.
Un autógrafo.
Unas palabras
de felicitación.
El gran sabor
del ÉXITO.
ROSA CHILLÓN
para la primavera─verano
1971
Y (He aquí)
Grandes bolsillos.
PARA MÁS INFORMACIÓN
Gabardina ligera
para la lluvia.
Y un peinado a lo garçon
para trabajar
(es interesante)
en TV.
APERTURA Y PRESENTACIÓN.
CON VOSOTROS
DIBUJOS ANIMADOS.
Solución al crucigrama.
Horóscopo.
TIEMPO PARA CREER
(a cargo del padre
Dorronsoro).
DESPEDIDA Y CIERRE.
COMPRAR.
Objetos de decoración.
Muñecas.
Candeleros de nogal
a buen precio.
RESTAURANTES.
Distritos de moda.
Vanguardia.
Diseñadores.
Almacenes exquisitos.
SUBASTAS.
Galerías.
Fotógrafos.
Tiendas de moda.
ALICIENTES.
Un concierto.
Un viaje.
Un delicioso salmón.
Una isla paradisíaca.
Ken y Natalia en un concierto.
Ken y Natalia en un viaje.
Ken y Natalia degustando
un delicioso salmón.
Ken y Natalia en una isla
paradisíaca.
OFRECIÓ UNA FIESTA.
París.
Estética hippy.
Fantasía.
Flores.
Un perfume.
Obra gráfica original.
Publicidad.
Arte.
Ken y Natalia.
Natalia y Ken.
DE COMPRAS.
Dónde alojarse.
Dinero.
Toda la información en:
GENTES.
Antes: 34.000
Ahora: 24.000
¿Por qué no?
BOLSO DE FRANELA GRIS.
Zapatos en gris y negro.
Con pulsera al tobillo.
Botas hasta las rodillas.
SUEÑOS.
Sombras de ojos.
¿NO TE LO CREES, NATALIA?
CINE.
¿Lo hace Natalia
(trayectoria de éxitos)
Por dinero?
FRANELA.
Accesorios
de invierno.
El precio.
El público.
Un toque snob.
Una sonrisa.
¡Una sonrisa para la prensa,
Natalia!
MILES DE FANS.
Emociones.
Distinción.
Carismático.
Bienestar.
Pantys.
Pasear.
Agenda.
CREACIÓN.
EL FOLKLORE,
el arte…
A todo color:
Conjunto de abrigo
y pantalón.
En abril, aguas mil.
“Cine─club”
(CONCURSO)
2ª CADENA.
Carta
de ajuste.
TELEDIARIO.
NOVELA
(capítulo III).
DESPEDIDA
y cierre.
55. NATALIA MOREL VIDAL
(quiero estar siempre a la vanguardia, tener estilo propio, personalidad),
como chica moderna que era (estudiante de Arte Dramático, segundo curso),
abierta a todas las novedades (o eso creía ella) era maltratada (la más joven
del grupo) por el estrés: que a veces dejaba visibles huellas en su rostro:
esta mañana estoy horrible (NADIE LA VIO NUNCA HORRIBLE
TODO LO CONTRARIO).
Natalia Morel Vidal colaboró, desde el primer momento, en la construcción
y decoración de aquellas toscas casitas de madera en aquel reducto que
(susurros en la noche sepulcral) era cerrado por el bosque circundante, que era
como un inmenso parapeto que, más que un muro protector, parecía un enemigo
amenazante.
Natalia Morel Vidal fue, por tanto, una de las primeras del grupo (sin
que el grupo significara nada especial para ella). Se trataba de una novedad
(una forma de pasar el rato) como otra cualquiera (pero te advierto que hay
veces que me cansa todo esto).
Natalia Morel Vidal también colaboró (pero poco) con los talleres (en los
suburbios de la Gran Ciudad: eso sí que me parece un rollo, tía). En cambio,
quien sí resultaba atractivo para Natalia era el líder del grupo: Kenride
Keiser (estudiante de tercer curso de Arqueología) «Hombre, los otros del grupo
(César, Ester…) también me caen bien, son majos».
El caso es que Natalia Morel Vidal había añadido, a sus muchas amistades,
las amistades del grupo (me caen bien, son majos), entre los que sobresalía (en
su helada y dulce mirada resplandecía un alma ardiente) Kenride Keiser: me
gustaría enamorarme de él, compartir con él todo lo que guardo dentro de mí.
Además es culto, sincero y no fumador; y eso es muy importante.
¿Qué más? ¡Ah, sí! (escribió Natalia en su diario) Es alegre, atractivo,
alto, soltero, inteligente, juvenil, elegante (a su manera), romántico…
Le gusta el aire libre, la aventura, la literatura, la arqueología, la
filosofía, el cine en versión original…
Y luego, claro, lo del grupo, que no todo el mundo crea un grupo.
56. UNA MASCOTA ABANDONADA
«Me siento» escribió Natalia «como una mascota abandonada que, al mismo
tiempo, ha encontrado un nuevo hogar. De alguna forma Dios ha respondido a mis
demandas cuando ya (en otro tiempo) todas mis ilusiones estaban en peligro de
extinción, cuando ya era sólo una vagabunda enlutada (estudiante de primero de
Arte Dramático) que vestía de negro (a la moda siniestra camp) de arriba abajo
(ropa interior incluida, por supuesto).»
57. Dos estudiantes de segundo curso
─ ¡Jobar, esto ya es otra cosa!, ya está la cueva un poco habitable. Me
quedaría sentada en este sillón toda la vida y parte de otra… ¡Venga, Ester,
deja ya de currar, descansa un poco, jobarse, mañana continuaremos con eso! (…)
¡Jo! (…) Bueno, Ester, ¿qué te ha parecido el primer día? Bueno, que para ti es
el segundo… Me tenía que haber metido en periodismo, como tú… pero bueno, no,
Arte Dramático me gusta más. ¿Viste luego a César y ken? ¡Jobar, no han
cambiado nada! ¡No han cambiado ni mucho ni poco! (…)
(Contempla a Natalia mientras habla y envidia su alegría, su naturalidad,
su inocencia. Me gustaría ser como ella. ¡Qué poco necesita para ser feliz!
¡Qué hermosa es! ¡Cómo la quiero! Me alegra tenerla otra vez como compañera de
piso ¡Dios mío, ¿qué nos deparará el futuro? ¡Mejor vivir el presente, sólo el
presente. César estaba como siempre, pero más frío, más distante. Aunque, por
otra parte, preferiría olvidarme del grupo y empezar de nuevo.)
─¿En qué piensas Ester?
─En nada, Nata. Me gustaría dar un paseo para despejarme, ¿me acompañas?
─¿Te importa que no, chica?, ¡es que estoy hecha polvo!
58. Eran las siete de la tarde
cuando Ester salió sola, a pasear. Las siete de la tarde del día siete de
octubre.
En los cristales de los escaparates (revolviéndose impetuosa) se
reflejaba: la calle. Amalgama de sensaciones fugaces. Quietud e inquietud,
espejismo en mudanza, rapsodia bulliciosa de sensaciones: la vida. Superpuesta,
en ráfagas fugaces, sobre los quietos objetos.
59. Natalia ya dormía
cuando Ester regresó al piso. Enclaustrada en su cuarto sombrío, a las
doce de la noche, Ester Alvar Ganivet se puso a escribir; mientras de la calle
llegaban, a través de la ventana abierta (tras las cortinas lívidas, que
tiritaban con el viento otoñal) los ruidos confusos de la calle: gritos o
risas, o lejanas canciones… O la caótica y disonante polifonía del tráfico.
La figura de la muchacha se distorsionaba, fantasmal, en el espejo del
mueble antiguo.
El rostro de Ester Alvar Ganivet era pálido; su pelo negro, largo y liso;
sus ojos, negros y profundos.
Ester Alvar Ganivet era una joven soñadora y romántica que escribía, en
verso o en prosa, a propósito de nubes, o de pájaros, o de bosques, o de
crepúsculos otoñales, o de jardines lánguidos… O de tardes melancólicas y
dulces (Su mejor amiga, la materialista Greta K. Holmes, solía acusarla de evasiva, de indiferente ante los problemas de
su entorno social).
Ester Alvar Ganivet había preguntado, en una ocasión, a Greta: ¿Pero, por
qué es necesario odiar a Dios para que exista justicia social? Y Greta (¡Hay
que involucrarse, Ester!), incapaz de contestar a esta pregunta, se había
limitado, como era su costumbre (su fea costumbre) a calificar a Ester de
fantasiosa y sentimental. Y Natalia Morel Vidal, que se divertía con las
discusiones de sus amigas (que ni entendía ni quería entender) preguntó: ¿Qué
tiene de malo ser fantasiosa y sentimental?
Y los ojos negros de Natalia, bajo el geométrico flequillo de su negro
pelo a lo garçon (estilo años veinte), reconciliaron con su inocencia, como de
costumbre, a las dos amistosas contendientes, que dieron la discordia por
concluida.
60. El día ocho de octubre,
en su diario, Natalia Morel Vidal escribió únicamente:
« Paulus Potter, pintor de animales».
61. Pálida, débil, fantasmal,
silente, herida por criminal, turbia, tibia, pútrida, ebria, inquietante
pero dulce (insegura) brutal luz (oscuridad): LA VIDA (NATALIA MOREL VIDAL, por
ejemplo).
62. Oscuridad (luz) soñada,
querida en cada tarde cada vez que, cual música de órgano, resonaba un
viento que olía a incienso, a iglesia, a incienso de iglesia.
63. Un viento purpúreo que, como una
recién sacrificada bestia, sangraba: Y era también (luz y oscuridad soñada)…
64. LA VIDA
65. SÓLO LA VIDA
66. SÓLO ELLA: NATALIA MOREL VIDAL
(por ejemplo)
Por ejemplo, la casa era miserable, pero en ella parecía ocultarse una
consumación mística. Los niños estaban junto a la puerta, con cara de pena.
Tras la puerta, tras la vieja cortina remendada, borrosa entre las sombras del
interior (siempre noche profunda): la madre, con su pobre atavío. Afuera aún
brillaba el sol. El viento hacía crujir la negra chimenea. Sobre las tejas, del
color de las hojas de otoño, cantaba un ruiseñor. Recorrían las hormigas la
pálida fachada. En un charco cercano, rodeado de moscas, algo se pudría. Desde
la lejanía, el viento traía el hedor del vertedero. El sol ponía, en la
destartalada persiana, reflejos dorados.
«¿Qué hago yo, Natalia Morel Vidal, aquí?»
67. «¿Qué diablos
hago yo, Natalia Morel Vidal, aquí?»
«¿Qué hago yo, Kenride Keiser, aquí?»
FIESTA DELEZNABLE: Apretujados en un espacio opresivo…
(Demasiada gente. Me gustaba más la decoración de este garito cuando se
llamaba K. Mills. Greta y Ester parecen pasarlo bien. Qué agobio. Y qué calor.
¿Y estos son los futuros próceres? Y tú, Ken, ¿qué haces aquí?; no pareces
divertirte mucho. Y yo, Natalia, ¿qué diablos hago esta noche aquí? ─pues no me
estoy divirtiendo nada─; y esta tarde, ¿qué hacía yo, Natalia, allí?
La casa era miserable, pero en ella parecía ocultarse una consumación
mística. Los niños…
(…)
El sol ponía, en la destartalada persiana, reflejos dorados.)
68. Cuando Natalia y Ken
abandonaron el K. Mills, caminaron por las desiertas calles, en dirección
a donde vivía ella. Por el camino hablaron de cosas intrascendentes. Luego,
después de dejar a Natalia en su portal, Kenride Keiser, con las manos en los
bolsillos de la chaqueta caminó, solitario por las calles desiertas, hacia su
casa en la Vía Ancha (una de las más elegantes avenidas de la ciudad).
69. El viernes nueve de octubre,
Natalia no escribió nada en su diario.
70. SUCEDIÓ ASÍ
A la desesperada, el piloto de la aeronave (TRES PERSONAS FALLECIDAS EN
UN ACCIDENTE DE AVIONETA Y UNA DESAPARECIDA) se lanza a una arriesgada PADRE
NUESTRO, QUE ESTÁS EN… (Aún se desconocen los motivos del trágico accidente)…
SANTIFICADO SEA TU… aterrizaje de emergencia ¡DIOS MÍO! ¡CUIDADO! ¡KRAAAAK! En
un claro de la selva.
Junto a la avioneta siniestrada (SE DESPLOMÓ CON FUERTE ESTRUENDO) se
encontraron los cuerpos sin vida del piloto y de dos de los miembros de la
expedición arqueológica.
A las improvisadas tumbas, el arqueólogo desaparecido había añadido tres
toscas cruces de madera.
El sobreviviente ha sido identificado como Kenride Keiser, famoso
arqueólogo.
Kenride Keiser sigue sin aparecer. Es posible que se alejara de la
avioneta en busca de agua y comida, y que después, perdido en la selva LOS
GRANDES ÁRBOLES (Vegetación monstruosa) CON SUS GRUESAS RAMAS DE FORMAS
TORTUOSAS (los agudos chillidos de la fauna LAS AVES ESPANTADAS) no supiera
regresar al claro.
Las tres personas fallecidas habían sido enterradas en el claro, cerca de
la avioneta allí destrozada.
La avioneta (que, averiada, intentó un aterrizaje forzoso, en el que
perdió el ala derecha LOS GRANDES ÁRBOLES, SUS GRUESAS RAMAS DE FORMAS
TORTUOSAS) no llegó a explotar, pero de los cuatro viajeros sólo Kenride Keiser
salió con vida.
El arqueólogo perdido (LOS GRANDES ÁRBOLES la vegetación monstruosa en
torno) es pareja de la modelo y actriz Natalia.
71. Visiblemente afectada
(por la desaparición de Ken) se la vio en el New Mills completamente
ebria. ¡¿Dónde está Ken? ¿Dónde está la Causa Primera? ¿Dónde está el padre
Dorronsoro?!, gritaba Natalia (fuera de sí) entre la risa y el llanto.
─¡¿Pero quién es el padre Dorronsoro?! ─preguntó gritó alguien.
─¡Sí, hombre ─contestó gritó otro─ ese que salía en la tele!
En torno, la deleznable fiesta, hoy como ayer: torpes movimientos, gestos
simiescos, necias palabras (gritadas para los oídos sordos)… EN EL ENVOLVENTE
ESTRUENDO DEL RUIDO MUSICAL: «¿Qué dices?, ¡no te oigo!» «¡¡Digo que es un cura
que salía en la tele!!»
72. El recuerdo de un nombre
como siete letras de luz (NATALIA: «Un día», dijo Natalia, «Ken me habló
de Osiris») en medio del sufrimiento (¿Perdón?) en el abismo de espinas («Eres
un poeta nocturno») sombras como coronas amargas: POR INFERNALES REGIONES («El
poeta no soy yo») aguas detenidas sobre el cieno EL INFIERNO ESTÁ AQUÍ POZOS DE
LODO AZUFRE Y CORRUPCIÓN vegetación monstruosa serpiente espiral TINIEBLA,
OSCURIDAD, LLUVIA Y NUBES que luchan ECOS DE SOCIEDAD contra la Luz Ra como
Lucifer gran zapato femenino de Tacón Alto Satanás lucha contra CRISTO LUZ DEL
MUNDO que descendió a los infiernos AL LIMBO ya sabemos que César Cabrera
contestó diciendo que Kenride Keiser estaba loco asiendo, con manos heridas por
los clavos, su estandarte SU CRUZ (siento decir esto) sangre sobre la nieve
(¿pero qué nieve?) MIRA CÓMO ACUDEN A SU LLAMADA Adán, Abel, Moisés, César y
Ester (estudiantes de periodismo), Natalia (estudiante de arte dramático),
Kenride (estudiante de arqueología), David, el Bautista, el ladrón arrepentido…
MIRA cómo los demonios huyen ¿por qué le ha pegado a César? Se internan en la
tiniebla de acuerdo, era una broma… ¡pero de muy mal gusto, chica, reconócelo!
a través de lagunas de cocodrilos y algún día te vas a arrepentir bajo la
mirada del leopardo, la hiena, el mandril o la serpiente («Pensar que estuvimos
hablando mal de Ken en la radio», se lamentó Ester, «y ahora…») mira cómo se
desintegran en caótico bullir de miríadas de insectos, para transmutarse luego
(¿te das cuenta?) en escorpiones (bueno… no hay que perder la esperanza) y
tarántulas. Ambiente malsano de desmedida humedad tranquilízate Ester y calor
desmedido: El aliento de SHET es un vapor terrible por el que Kenride Keiser
desfallece REGIÓN ROJA donde el mal habita guerras o enfermedades, incendios o
tornados O DISENTERÍA, FIEBRE el bramido salvaje de mi angustia (a través de esta
selva, de este infierno) como Cristo sufriente (¿dónde está la ermita, la
ciudad en invierno, la vieja y sublime catedral, las ninfas desprendiéndose de
las nubes, Jesús caminando sobre las aguas… DÓNDE LA VIDA?) ¡Oh, la vida! Grita
Ken se rinde cae de rodillas se desploma ¿DÓNDE TÚ, OSIRIS, TEMPLO
RECONSTRUIDO? ¡EL SEPULCRO ESTÁ VACÍO, MARÍA!, los cristales de los escaparates
ya no reflejan la calle, ya no hay envolvente estruendo en la fiesta
deleznable, ya George no carga a Jane en su fuertes brazos…
73. YA (allí tumbado) KENRIDE KEISER
cree morir. Y entonces le es dictado el que piensa es su último poema
nocturno:
Mi alma encierra lamentos remotos
Gritos de espanto…
(…)
…por la lúgubre noche.
Muchísimas gracias por las nubes.
74. Pero, muy lejos de allí…
NATALIA, a solas, en voz alta, REZA:
─Padre nuestro, que está en los Cielos…
Y también:
─Dios te salve, María, llena eres de gracia…
E incluso:
─Reinas sobre todo lo sepulto
en tu reino los muertos caminan
las lágrimas de tu hermana beben
los muertos
cual artistas bohemios
pero a ti, que ya no puedes creer
ni en lo visible ni en lo invisible
merodeador
profanador
coleccionista
¿quién de los muertos?
75. Sí, Natalia reza
Las oraciones que aprendió de niña. Y reza la oración fragmento sueño
nocturno que de Ken aprendió.
76. Y SUCEDE:
Ya dormido (él creía que muerto) en la selva terrible, a merced de las
fieras, Ken tuvo un sueño (en el momento en que, tras rezar sus oraciones, en
su viejo y destartalado piso que nunca quiso abandonar «a pesar de mis éxitos
como actriz y modelo OH, QUÉ TIEMPOS FELICES cuando lo compartía con Ester y
Greta», Natalia caía desvanecida.
77. YA DORMIDO
(él creía que muerto) en la selva terrible, a merced de las fieras, Ken
tuvo un sueño, que él creyó EN SUEÑOS que era su último sueño: Osiris avanzaba
hacia él… rodeado de las almas de tantos muertos… y vio que la selva era un
viejo bulevar, y que los muertos no eran sino artistas holgazanes… y que el
dios de los muertos era la diosa de la vida: NATALIA… pero Osiris continuó
avanzando por la selva (bulevar terrible), y ya Ken dudaba de si era aquel
dios, o Hermes Thot… ¿Orfeo? Pero no. Quien le ofrecía agua era… «¡Cristo!»,
exclamó Ken abriendo los ojos. Y vio ante él el rostro de un hombre curtido, de
grandes bigotes, que cubría su cabeza con un salacot de explorador. «Tranquilo
hijo», dijo el abigotado explorador, y entonces Ken supo que había resucitado.
78. ─Oye, César, ¿sigues
Con Matilde?
─No, ya hace tiempo que no… Y tú, Ester, ¿estás ahora con alguien?
─En este momento, no. Oye, César, ¿crees que es buena idea, de verdad, lo
de ir a ver a Ken?; puede que no le haga gracia vernos.
─¡Oye, de echarse para atrás, nada, chica!
─Tienes razón, César… ¡vamos!
79. EL ARQUEÓLOGO KENRIDE KEISER
Se recupera en el hospital. Natalia Morel Vidal no se separa ni un
instante de su lado.
80. EL CAPITÁN MARKUS KAHLTROT,
El salvador de Kenride Keiser, que lucha contra la caza ilegal de
elefantes, hizo ayer un llamamiento en televisión, aprovechando su actual
popularidad, a todas las fuerzas e instituciones que…
81. Mientras, en el hospital…
─Natalia…
─Dime, Ken.
─Esta tarde me alegré mucho por la visita de Ester y César.
─Yo también, Ken.
─¿Sabes, Natalia? En cuanto pueda abandonar esta cama, de la que ya
empiezo a estar un poco harto, me gustaría… ¿sabes qué me gustaría, Natalia?
─Dime, Ken.
─Me gustaría… si tú quieres, claro… que nos casáramos.
─¡¡Oh, Ken!!
82. SÍ, QUERIDO LECTOR,
Lo has adivinado: aquel ¡¡Oh
Ken!! de Natalia era, efectivamente, un rotundo ¡¡Sí!! (fin)